PASOLINI PIER PAOLO Texto LAS CENIZAS DE GRAMSCI Poesía ita
Poemas de Pasolini
Pier Paolo Pasolini
Las cenizas de Gramsci
(italiano original: Le ceneri di Gramsci)
Pasolini – Poesía italiana
Texto completo traducido al español
Literatura italiana
” Las cenizas de Gramsci ” (en italiano original: Le ceneri di Gramsci) es el título de un poema de Pier Paolo Pasolini escrito en 1954 y publicado en el número 17-18 de “Nuovi Argomenti” de noviembre-febrero de 1955-56.
El incipit del poema de Pasolini “Las cenizas de Gramsci”: “No es de mayo este aire impuro” abre el poema sobre una Primavera romana oscura y sucia.
Pier Paolo Pasolini, que conversa con la tumba de Antonio Gramsci, dice que está lejos el “mayo italiano” en el que el joven Gramsci esbozó “el ideal que ilumina” y que hoy todo es hastío y silencio. En el poema “Las cenizas de Gramsci” Pier Paolo Pasolini declara su posición como un intelectual inclasificable, deseoso tanto de identificarse con el proletariado como de ser diferente.
El poema “Las cenizas de Gramsci” se desvía luego por el poeta inglés Shelley (también enterrado en el cementerio no católico de Roma) y luego retoma el diálogo con Gramsci, donde el poeta Pasolini confiesa que fue seducido por el sexo, la luz y la alegría de los italianos, donde los chicos juegan, felices, fuera de la historia.
A continuación puede leer el texto traducido al español del poema de Pier Paolo Pasolini “Las cenizas de Gramsci”.
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Feliz lectura.
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Pier Paolo Pasolini
Las cenizas de Gramsci
Texto completo traducido al español
I
No es de mayo este aire impuro
que el umbroso jardín extranjero
vuelve aún más oscuro o ciega
con súbitos resplandores… Este cielo
de babas sobre los áticos ocres
que en inmensos semicírculos sirven de velo
a las curvas del Tíber, a los azulados
montes del Lazio… Emana una paz
mortal, inquietante como nuestros destinos,
tras las viejas murallas el otoñal
mayo. Refleja la grisura del mundo
al final de la década en que parece
entre escombros liquidado el profundo
e ingenuo esfuerzo de rehacer la vida;
el silencio, podrido y estéril…
Tú, joven, en aquel mayo en que el error
significaba todavía vida, en aquel mayo italiano
que a la vida añadía cuando menos ardor,
mucho menos imprudente e impuramente sano
que nuestros padres –no padre, sino humilde
hermano–, ya con tu manita delgada
delineabas el ideal que ilumina
(pero no para nosotros: tú muerto, y nosotros
también muertos, junto a ti, en el húmedo
jardín) este silencio. No puedes,
¿te das cuenta?, más que reposar en este lugar
extraño, recluido aún. Un tedio
patricio te circunda. Y, apagado,
solo te alcanza algún golpe de yunque
desde las oficinas del Testaccio
en el crepúsculo amodorrado: entre míseros cobertizos,
desnudas pilas de hojalata, chatarra, donde
cantando disoluto un aprendiz concluye
su jornada, mientras en torno escampa.
Pier Paolo Pasolini
Las cenizas de Gramsci
II
Entre dos mundos, la tregua que nos es ajena.
Dilemas, entregas… otro sonido no tienen
ya más que este del jardín desolado
y noble, donde tozudo el engaño
que atenúa la vida persiste en la muerte.
En los círculos de los sarcófagos no hacen
más que mostrar la suerte duradera
de gente laica las laicas inscripciones
de estas piedras grises, breves
e imponentes. Aún de pasiones
desenfrenadas sin escándalo son brasas
los huesos de los miles de naciones
mayores; resuenan, casi nunca desaparecidas,
las ironías de los príncipes, de los pederastas,
cuyos cuerpos están en las urnas diseminadas
incinerados, sí, pero ni así castos.
Aquí el silencio de la muerte es fe
de un civil silencio de hombres que aún son
hombres, de un tedio que en el tedio del Parque
se transforma discretamente: y la ciudad
que, indiferente, lo confina entre
tugurios e iglesias, impía en la piedad,
pierde su esplendor. Su tierra
fértil de ortigas y legumbres da
estos cipreses enjutos, esta negra
humedad que mancha los muros en torno
a descoloridos arbustos de boj que la tarde
al serenarse apaga como desangelados
indicios de alga… Esta escasa hierba fresca
sin aroma en que violeta se abandona
la atmósfera con un escalofrío de menta
o heno podrido, y calmada anuncia,
con diurna melancolía, la apagada
trepidación de la noche. Rudo
de clima, dulcísimo de historia, es
entre estos muros el suelo en que transpira
otro suelo; esta humedad que
recuerda otra humedad; y resuenan
–familiares desde latitudes y
horizontes donde las silvas inglesas coronan
lagos extraviados en el cielo, entre praderas
verdes como mesas de billar fosforescentes o como
esmeraldas: And O ye Fountains…–las pías invocaciones…
Pier Paolo Pasolini
Las cenizas de Gramsci
III
Un trapo rojo, como el que alrededor
del cuello llevaban los partisanos,
y junto a la urna, sobre el terreno céreo,
de un rojo distinto, dos geranios.
Ahí estás, proscrito y con una severa elegancia
no católica, alistado entre muertos
extraños: Las cenizas de Gramsci… Entre la esperanza
y la desconfianza, como siempre, me acerco a ti, llegado
por azar a este exiguo invernadero, ante
tu tumba, ante tu espíritu perpetuado
aquí abajo entre los libres. (O es algo
distinto tal vez, más extasiado
y también más humilde, ebria simbiosis
adolescente de sexo y muerte…)
Y en esta tierra en la que no encontró reposo
tu tensión siento cuán errado
–aquí en la quietud de las tumbas–, y a la vez
cuán cierto –en el inquieto destino
nuestro–, estabas al redactar las magnas
páginas en los días de tu asesinato.
He aquí el testimonio de la semilla
–no dispersa aún– del antiguo dominio,
estos muertos aferrados a una avidez
que hunde en los siglos su abominación
y su grandeza: y a la vez, obsesivo,
aquel vibrar de yunques, en sordina,
sofocado y angustioso –del humilde
barrio–, que da fe de su fin.
Y heme aquí a mí mismo… Pobre, vestido
con los trapos que los pobres admiran en los escaparates
por su áspero esplendor y que han desteñido
la mugre de las calles más apartadas
y de los bancos de los tranvías que aturden
mi día a día. Aunque cada vez son más raros
estos momentos de alivio en el tormento
de mantenerme con vida. Y si
amo el mundo no es por violento
e ingenuo amor sensual, del mismo modo
que en otro tiempo, confuso adolescente,
lo odié, si al hacerlo me hería el mal
burgués de mi yo burgués: y ahora, repartido
–contigo– el mundo, ¿no parece objeto
de rencor y casi de místico
desprecio la parte que ostenta el poder?
Incluso sin tu rigor, subsisto
porque no elijo. Vivo en el no querer
de la posguerra en declive: amando
el mundo que odio –en su miseria
desdeñoso y perdido– por un oscuro escándalo
de la conciencia…
Pier Paolo Pasolini
Las cenizas de Gramsci
IV
El escándalo de contradecirme, de estar
contigo y contra ti; contigo de corazón,
en luz, en tu contra con las oscuras vísceras;
traidor a mi estado paterno
–de pensamiento, en una sombra de acción–
me sé apegado a él en el calor
de los instintos, de la pasión estética;
atraído por una vida proletaria
anterior a ti, para mí es religión
su alegría, no su milenaria
lucha: su naturaleza, no su
conciencia; es la fuerza originaria
del hombre, perdida en el acto,
lo que le otorga la ebriedad de la nostalgia
y una luz poética: y no sé decir
otra cosa que aquello que es
justo pero no sincero, abstracto
amor, no simpatía acongojada…
Pobre como los pobres, me apego
como ellos a esperanzas humillantes,
como ellos para vivir peleo
cada día. Pero, en mi desoladora
condición de desheredado,
yo poseo: y poseo la más exaltante
de las posesiones burguesas, el estado
más absoluto. Pero del mismo modo que poseo
la historia, ella me posee; me ilumina:
pero ¿de qué sirve su luz?
Pier Paolo Pasolini
Las cenizas de Gramsci
V
No me refiero al individuo, fenómeno
del ardor sensual y sentimental…
Ese tiene otros vicios, otro es el nombre
y la fatalidad de su pecado…
¡Pero cómo están en él amasados
los comunes vicios prenatales y el
pecado objetivo! Los actos internos
y externos que lo encarnan
a la vida no son inmunes a ninguna
de las religiones de esa vida,
como hipoteca de la muerte, instituidas
para engañar a la luz e iluminar el engaño.
Destinados a ver sepultados
sus despojos en el cementerio de Verano, su lucha
con ellos es católica, jesuíticas
las manías con que prepara el corazón
y aún más adentro: tiene bíblicas astucias
su conciencia… e irónico ardor
liberal… y áspera luz, entre la repugnancia
de los dandis de provincias, de provinciana
normalidad… Hasta las ínfimas minucias
en que se desvanecen, en el trasfondo animal,
Autoridad y Anarquía… Bien protegido
de la impura virtud y del ebrio pecar,
defendiendo una ingenuidad de obseso,
¡y con qué conciencia!, vive el yo: yo,
vivo, eludiendo la vida, y en el pecho
el sentimiento de una vida que sea olvido
abrumador, violento… Ah, qué bien
entiendo, silente en el podrido silbido
del viento, aquí donde calla Roma,
entre los cipreses fatigadamente agitados,
junto a ti, al alma cuya inscripción dice
Shelley… Qué bien entiendo el vórtice
de los sentimientos, el capricho (griego
en el corazón del patricio, nórdico
veraneante) que lo absorbió en el ciego
celeste del Tirreno; la carnal
alegría de la aventura, estética
y pueril: mientras Italia, postrada
como dentro del vientre de una enorme
cigarra, abre de par en par blancos litorales,
diseminado el Lazio de veladas huestes
de pinos barrocos, de delicados
y amarillos claros de brezo, donde duerme
con el miembro hinchado entre los andrajos su sueño
goethiano el campesino romano…
En Maremma, oscuros, estanques magníficos
de helechos de lengua de serpiente en los que se incrusta
el avellano, por las veredas que el pastor
con su juventud llena hasta el borde, ajeno.
Ciegamente fragantes en las secas
curvas de Versilia, que al mar
enmarañado, ciego, los tersos estucos,
las taraceas leves de su pascual
campiña enteramente humana
expone, ensombrecida sobre el Cinquale,
ovillada bajo los tórridos Alpes Apuanos,
los azules vítreos sobre el rosa… Peñascos,
desprendimientos, desbaratados como por un pánico
de fragancia, en la costa suave,
erguida, donde el sol lucha con la brisa
por dar suprema suavidad a los óleos
del mar… Y en torno resuena de alegría
el ilimitado instrumento de percusión
del sexo y de la luz: tan acostumbrada
está Italia que no se estremece, como
muerta en vida: gritan fervorosos
en centenares de puertos el nombre
del compañero los jovenzuelos con mador
en el moreno del rostro, entre la gente
de la costa, en huertos de cardos,
en mugrientas playuchas…
¿Me pedirás tú, muerto sin alharacas,
que abandone esta desesperada
pasión de estar en el mundo?
Pasolini
Las cenizas de Gramsci
VI
Me voy, te dejo en el atardecer
que aunque triste, tan dulcemente desciende
para nosostros los vivos, con la luz de vela
que al barrio en penumbra descubre.
Y lo desordena. Lo hace aún más grande, vacío
más amplio y lejano, lo enciende
de una vida inquieta, y del ronco
rodar del tranvía, de los gritos humanos
dialectales, conjuga un concierto sordo
y absoluto. Y sientes cómo en aquellos lejanos
seres que en la vida gritan, ríen,
en aquellos sus vehículos, en aquellos tristes
caseríos donde se consume el infiel
y expansivo don de la existencia
esa vida no es más que un temblor,
corpóreo, colectiva presencia;
sientes la ausencia de toda religión
verdadera, no vida sino sobrevivencia
-quizás más dulce que la vida- como
de un pueblo de animales, en el que el misterioso
orgasmo no tenga otra pasión
que la del actuar cuotidiano:
humilde fervor a la que da sentido festivo
la humilde corrupción. Cuanto más vano es
en este vacío de la historia, en esta
ronroneante pausa en la que la vida casllatodo ideal,
mejor se manifiesta
la estupenda, adusta sensualidad
casi alejandrina, que todo lima
e impúdicamente enciende, cuando acá
en el mundo algo se derrumba, y se arrastra
el mundo, en la penumbra al volver
a plazas vacías, a talleres sin entusiasmo…
Ya se encienden las luces, ribeteando
vía Zabaglia, vía Franklin, todo el
Teataccio, despojado de su gran
escuálido monte, los caminos a lo largo del Tíber,
la negra profundidad, más allá del río,
que Monteverde amasa o esfuma invisible sobre el cielo.
Diademas de luces que se pierden
brillantes y frías de tristeza
casi marina…Falta poco para la cena;
brillan los pocos ómnibus del barrio
con racimos de obreros en las puertas
y grupos de militares van, sin apuro
hacia el monte que cobija en medio de montones
sucios y muchos cestos de basura
a la sombra, subrepticias mujerzuelas
que esperan ansiosas sobre la basura
afrodisíaca; y no lejos, entre casillas
abusivas a los costados del monte, o en medio
de las casonas, como mundos, muchachones
livianos como jirones juegan en el aire
no ya frío, primaveral; ardientes
de desenfado juvenil su romana
tarde de mayo, oscuros adolescentes
silban por la calle, en la fiesta
vespertina; y estruenden las persianas
de los garages de golpe, alegremente
si la oscuridad vuelve sereno el atardecer,
y en medio de los plátanos de la plaza Testaccio
el viento que cae en lenguas de tempestad
es muy dulce, aunque afeite los sombreros
y los olores del matarife, se odorice
con sangre putrefacta, y por doquier
sacuda rechazos y olor de miseria.
Es un murmullo la vida, y estos perdidos
en ella, la pierden serenamente
si el corazón tienen colmo de ella: a gozar
he los miserables, el atardecer; y potente
en ellos, inerme para ellos, el mito
renace…Pero yo con el corazón consciente
de quien solamente en la historia tiene vida
podré alguna vez por pura pasión actuar
si sé que nuestra historia ha concluido?
…
..
.
Pier Paolo Pasolini – Las cenizas de Gramsci
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