FRANZ KAFKA NIÑOS EN LA CARRETERA mini Cuento Texto Español

 

 

 

Franz Kafka

Niños en la carretera

(Mini cuento de Kafka)

 

 

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Texto completo traducido al español

Un cuento de Franz Kafka

 

 

Franz Kafka

Niños en la carretera

 

 

      Oí cómo pasaban los coches de caballos ante la verja del jardín, a veces los veía también através del casi estático follaje. ¡Cómo crujía la madera bajo los rigores del verano en susradios y troncos! Había trabajadores que venían de los campos y reían que era unavergüenza.

Yo estaba sentado en mi pequeño columpio; en ese preciso instante descansaba entrelos árboles en el jardín de mis padres.Ante la verja no había descanso.

 

Acababan de cruzar niños con paso rápido; carros congrano sobre los que iban hombres y mujeres encima de gavillas y que oscurecían a sualrededor los arriates; por la noche vi pasear lentamente a un señor con bastón, así como ados muchachas que, cogidas del brazo, iban a su encuentro, pisando el césped mientras sesaludaban.

 

 

Luego revolotearon pájaros como si fueran llamaradas, yo los seguí con la vista, vicómo ascendían en un suspiro, hasta que ya no creí que subían, sino que yo caía, y me asífuertemente de las cuerdas por debilidad cuando comencé a balancearme ligeramente.

Pronto me balanceé con más fuerza, cuando el viento soplaba más frío y, en vez deaparecer pájaros en el cielo, aparecían estrellas reverberantes.Recibí la cena a la luz de la vela.

 

A menudo apoyaba ambos brazos sobre la tabla y, yacansado, daba bocados al pan. Las cortinas, rasgadas en muchos puntos, se henchían conel viento cálido y, a veces, uno de los que pasaba las sujetaba con fuerza cuando queríaverme mejor y hablar conmigo.

 

 

Normalmente la vela se apagaba pronto y los mosquitosrevoloteaban todavía un rato a su alrededor, en la oscuridad surcada por el humo. Sialguien se dirigía a mí desde la ventana, lo miraba como si mirase a la montaña o al aire, ytampoco él mostraba mucho interés en una respuesta.

 

Saltaba alguno sobre el antepecho de la ventana y anunciaba que los demás ya seencontraban ante la casa, entonces me levantaba, aunque suspirando.

«No, ¿por qué suspiras así? ¿Qué ha ocurrido? ¿Alguna desgracia especial eirreversible? ¿Jamás podremos recuperarnos? ¿Está realmente todo perdido?».

 

Nada estaba perdido. Corrimos hasta la parte delantera de la casa. «¡Gracias a Dios,por fin habéis llegado! ¡Casi siempre llegas demasiado tarde!». «¿Por qué yo?».«Precisamente tú, permanece en casa si no quieres venir.

¡Sin misericordia!». «¿Qué? ¿Sinmisericordia? ¿De qué hablas?».Atravesamos la noche con la cabeza. No había tiempo diurno ni nocturno.

Prontocomenzaron a rozarse los botones de nuestros chalecos como si fueran dientes y, confuego en la boca, como animales en los trópicos, corrimos una distancia que permanecióinvariable.

 

 

Como los coraceros en guerras pasadas, dando fuertes pisadas y bien alto en elcielo, bajamos la corta calle, uno al lado del otro, y con el mismo ímpetu en las piernas,subimos la carretera. Algunos penetraron en las cunetas; apenas habían desaparecido ante el oscuro talud, aparecían como gente extraña arriba del todo, en la senda, y miraban haciaabajo.

 

«¡Ven hacia abajo!». «¡Ven primero hacia arriba!». «¿Para que nos empujéis haciaabajo?, ni pensarlo, todavía tenemos dos dedos de frente». «¡Así sois de cobardes, queréisdecir! ¡Atreveos a subir, atreveos!». «¿Sí? ¿Vosotros?

¿Precisamente vosotros nos queréisechar abajo? No sois capaces».

Atacamos, pero fuimos rechazados, y nos echamos por propia voluntad en el césped delas cunetas. Todo estaba templado de un modo uniforme, no sentíamos calor ni frío en lahierba, sólo cansancio.

Si nos apoyábamos sobre el costado derecho y poníamos la mano bajo la oreja, noshubiera gustado dormir. Es cierto que se quería hacer un nuevo esfuerzo y elevar labarbilla, pero para caer en una cuneta todavía más profunda.

 

Luego, colocando el brazoatravesado hacia adelante y las piernas oblicuas, queríamos arrojarnos contra el vientopara, así, caer de nuevo con seguridad en una cuneta aún más profunda.

Y nadie queríadejar de hacerlo.Apenas se pensaba en cómo podría alguien estirarse en la última cuneta para dormir,sobre todo qué se podría hacer con las rodillas; simplemente yacíamos sobre la espalda,como un enfermo presto a llorar.

 

 

Se pestañeaba cuando un joven, con los codos en lascaderas y oscuras suelas saltaba sobre nosotros desde el talud hacia la calle.Ya se podía ver la luna, un coche postal pasó de largo con su luz.

Se levantó un ligeroviento, también percibido en las cunetas, y el bosque, en las cercanías, comenzó a susurrar.Entonces no importaba mucho estar solo.

 

«¿Dónde estáis? ¡Venid! ¡Todos juntos! ¿Por qué te escondes? ¡Deja de hacertonterías! ¿No sabéis que el coche postal ya ha pasado?». «¡Pero, no!, ¿ya ha pasado?».

«Naturalmente, ha pasado mientras tú dormías». «¿Que yo dormía? ¡Nada de eso!».

«Cállate, se te nota a la legua». «Pero, por favor». «¡Ven!».

 

Corrimos juntos y unidos, algunos se cogieron de las manos, la cabeza no se podíamantener lo suficientemente elevada, ya que se iba hacia abajo. Uno dio un grito de guerraindio y nuestras piernas cogieron un galope como nunca. Al saltar, el viento nos alzabapor las caderas. Nada podría habernos detenido.

 

 

Alcanzamos tal ritmo en la carrera que aladelantar cruzábamos tranquilamente los brazos y nos podíamos mirar.Nos detuvimos en el puente sobre el torrente.

Los que habían seguido, regresaron. Elagua, abajo, golpeaba las rocas y las raíces como si no fuera ya noche avanzada. No habíaningún motivo que impidiera saltar sobre la barandilla del puente.

Tras la maleza, en la lejanía, surgía un tren convoy, con todos los compartimientos iluminados y las ventanas bajadas.

 

Uno de nosotros comenzó a cantar una canción demoda, pero todos queríamos cantar.

Cantamos mucho más deprisa cuando el tren pasó ybalanceamos los brazos, ya que la voz no bastaba. Alcanzamos con nuestras voces unadensidad en la que nos sentimos bien. Cuando se mezcla la voz con la de otros es como si se nos hubiera capturado con un anzuelo.

 

Así cantamos, con el bosque a nuestras espaldas y los ya lejanos viajeros en los oídos.

Los adultos estaban todavía despiertos en el bosque, las madres preparaban las camas parala noche.

 

Ya era tiempo. Besé al que estaba a mi lado, a los tres más próximos les alcancé lamano, comencé a desandar el camino, ninguno me llamó. Llegado al primer cruce, dondeya no me podían ver, me desvié y marché de nuevo por senderos a través del bosque.

 

Pretendía ir a la ciudad en el sur, de la que se dice en nuestro pueblo:

«¡Allí hay gente, pensad, que nunca duerme!

¿Y por qué no?

Porque nunca se cansan.

¿Y por qué no?

Porque están locos.

¿No se cansan acaso los locos?

¡Cómo podrían cansarse los locos!»

..

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Franz Kafka – Niños en la carretera

Texto completo traducido al español

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