EL CÁNTICO DE NAVIDAD CHARLES DICKENS Lee Cuento TEXTO 2 ESP

 

Cuentos de hadas y fábulas

Canción de Navidad
( El cántico de Navidad )
Charles Dickens

( A Christmas Carol )

(1843)

 

Historia de navidad – parte 2

( parte 1 aqui )

 

Cuentos de navidad para niños

Texto traducido al español

Literatura británica

 

Aquí puedes leer la segunda parte del cuento de Navidad de Charles Dickens “Canción de Navidad con traducción al español.

La primera parte de la historia de Navidad de Charles Dickens “Canción de Navidad” se puede leer en yeyebook haciendo clic aquí.

Al hacer clic aquí, puede leer la segunda parte del texto de la historia navideña de Charles Dickens: El cántico de Navidad (eng: A Christmas Carol) en la versión original en inglés.

En el menú en la parte superior o lateral, puede leer la historia de Navidad de Charles Dickens: “Canción de Navidad” traducida a otros idiomas: italiano, francés, alemán, chino, etc.

Lee la historia. ¡Feliz lectura y feliz Navidad!

 

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Cuento de Navidad

de

Charles Dickens

 

Mini cuento

Texto con traducción al español

 

índice

Primera estrofa: El espectro de Marley > aquí

Segunda estrofa: El primero de los tres espíritus > aquí

Tercera estrofa: El segundo de los tres espíritus

Cuarta estrofa: El último de los espíritus

Quinta estrofa: Conclusion.

 

Tercera estrofa

El segundo de los tres espíritus

 

 Se despertó á causa de un sonoro ronquido.

Incorporándose en el lecho trató de recoger sus ideas. No hubo precision de advertirle que el reloj iba á dar la una. Conoció por sí mismo que recobraba el conocimiento, en el instante crítico de trabar relaciones con el segundo espíritu que debia acudirle por intervencion de Jacobo Marley. Pareciéndole muy desagradable el escalofrío que experimentaba por adivinar hácia qué lado le descorreria las cortinas el nuevo espectro, las descorrió él mismo, y reclinando la cabeza sobre las almohadas, se puso ojo avizor, porque deseaba afrontar denodadamente al espíritu así que se le apreciese, y no ser sorprendido ni que le embargase una emocion demasiado viva.

 

Hay personas de espíritu despreocupado, hechas á no dudar de nada; que se rien de toda clase de impresiones; que se consideran en todos los momentos á la altura de las circunstancias; que hablan de su inquebrantable valor enfrente de las aventuras más imprevistas y se declaran preparados á todo, desde jugar á cara ó cruz hasta comprometerse en un lance de honor (creo que apellidan de esta manera al suicidio).

Entre estos dos extremos, aunque separados, á no dudarlo, por anchuroso espacio, existen infinidad de variedades. Sin que Scrooge fuera un maton como los que acabo de indicar, no puedo menos de rogaros que veais en él á una persona que estaba muy resuelta á desafiar un ilimitado número de extrañas y fantásticas apariciones, y á no admirarse absolutamente de nada, ya se tratase de un inofensivo niño en su cuna, ya de un rinoceronte.

 

Pero si estaba preparado para casi todo, no lo estaba en realidad para no esperar nada, y por eso cuando el reloj dió la una, sin que apareciese ningun espíritu, se apoderó de él un escalofrío violento y se puso á temblar con todo su cuerpo. Transcurrieron cinco minutos, diez minutos, un cuarto de hora y nada se veia. Durante aquel tiempo permaneció tendido en la cama, sobre la que se reunian, como sobre un punto central, los rayos de una luz rojiza que lo iluminó completamente al dar la una.

Esta luz, por sí sola, le producia más alarma que una docena de aparecidos, porque no podía comprender ni la significación ni la causa, y hasta se figuraba que era víctima de una combustion espontánea, sin el consuelo de saberlo. A lo último comenzó á pensar (como vos y yo lo hubiéramos hecho desde luego, porque la persona que no se encuentra en una situacion difícil es quien sabe lo que se deberia hacer y lo que hubiera hecho); á lo último, digo, comenzó á pensar que el misterioso foco del fantástico resplandor podria estar en el aposento inmediato, de donde, á juzgar por el rastro lumímico, parecia venir. Esta idea se apoderó con tanta fuerza de Scrooge, que se levantó sobre la marcha, y poniéndose las zapatillas fué suavemente hácia la puerta.

En el momento en que ponia la mano sobre el picaporte, una voz extraña lo llamó por su nombre y le excitó á que entrase. Obedeció.

 

 

Aquel era efectivamente su salon, no habia duda, pero transformado de una manera admirable. Las paredes y el techo estaban magníficamente decorados de verde follaje: aquello parecia un verdadero bosque, lleno en su fronda de bayas relucientes y camesíes. Las lustrosas hojas del acebo y de la hiedra reflejaban la luz como si fueran espejillos. En la chimenea brillaba un bien nutrido fuego, como no lo habia conocido nunca en la época de Marley y en la de Scrooge.

Amontonados sobre el suelo y formando como una especie de trono, habia pavos, gansos, caza menor de toda clase, carnes frias, cochinillos de leche, jamones, varas de longaniza, pasteles de picadillo, de pasas, barriles de ostras, castañas asadas, carmíneas manzanas, jugosas naranjas, suculentas peras, tortas de reyes y tazas de humeante ponche que oscurecia con sus deliciosas emanaciones la atmósfera del salon. Un gigante, de festivo aspecto, de simpática presencia, estaba echado con la mayor comodidad en aquella cama, teniendo en la mano una antorcha encendida, muy semejante al cuerno de la abundancia: la elevó por encima de su cabeza, á fin que alumbrase bien á Scrooge cuando éste entrabrió la puerta para ver aquello.

 

—Adelante, gritó el fantasma; adelante. No tengais miedo de trabar relaciones conmigo.

Scrooge entró tímidamente haciendo una reverencia al espíritu. Ya no era el ceñudo Scrooge de antaño, y aunque las miradas del fantasma expresaban un carácter benévolo, bajó ante las de éste las suyas.

—Soy el espíritu de la presente Navidad, dijo el fantasma. Miradme bien.

Scrooge obedeció respetuosamente. El espectro vestía una sencilla túnica de color verde oscuro, orlada de una piel blanca. La llevaba tan descuidadamente puesta, que su ancho pecho aparecia al descubierto como si despreciase revestirse de ningun artificio. Los piés, que se veian por bajo de los anchos pliegues de la túnica, estaban igualmente desnudos. Ceñia á la cabeza una corona de hojas de acebo sembradas de brillantes carámbanos. Las largas quedejas de su oscuro cabello pendian libremente; su rostro respiraba franqueza; sus miradas eran expresivas; su mano generosa; su voz alegre, y sus ademanes despojados de toda ficcion. Suspendida del talle llevaba una vaina roñosa, pero sin espada.

 

—¡No habeis visto cosa que se le parezca! dijo el espíritu.

—Jamás.

—¿No habeis viajado con los individuos más jóvenes de mi familia; quiero deciros (porque yo soy jóven) mis hermanos mayores de estos últimos años?

—No lo creo y aun sospecho que no. ¿Teneis muchos hermanos?

—Más de mil ochocientos.

—¡Familia terriblemente numerosa, gigante!

El espíritu de la Navidad se levantó.

—Conducidme, dijo con sumision Scrooge, adonde querais. He salido anoche contra mi voluntad y he recibido una leccion que comienza á producir sus frutos. Si esta noche teneris alguna cosa que enseñarme, os prometo que la aprovecharé.

 —Tocad mi vestido.

Scrooge cumplió la órden y se agarró á la túnica. Inmediatamente se desvaneció aquel conjunto de comestibles que en el salon habia. El aposento, la luz rojiza, hasta la misma noche desaparecieron tambien, y los viajeros se encontraron en las calles de la ciudad la mañana de Navidad, cuando las gentes, bajo la impresion de un frio algo vivo, producian por todas partes una especie de música discordante, raspando la nieve amontonada delante de las casas ó barriéndola de las canalones, de donde se precipitaba en la calle con inmensa satisfaccion de los niños, que creian ver en aquello como avalanchas en pequeño.

Las fachadas de los edificios, y aun más las ventanas, aparecian doblemente oscuras, por la diferencia que resultaba comparándolas con la nieve depositada en los tejados y aun con la de la calle, si bien ésta no conservaba la blancura de aquélla, pues los carromatos con sus macizas ruedas la habian surcado profundamente: los carriles se extrecruzaban de mil modos millares de veces en la desembocadura de las calles, formando un inestricable laberinto sobre el amarillento y endurecido lodo y sobre el agua congelada.

Las calles más angostas desaparecian bajo una espesa niebla, la cual caia en forma de aguanieve, mezclada con hollín, como si todas las chimeneas de la Gran Bretaña se hubieran concertado para limpiarse alegremente. Londres, entonces, no tenia nada de agradable, y sin embargo, se echaba de ver por de quiera un aire tal de regocijo, que ni en el dia más hermoso, ni bajo el sol más deslumbrante del verano se veria otro igual.

 

Un efecto. Los hombres que se ocupaban de limpiar la nieve de los tejados, parecian gozosos y satisfechos. Se llamaban unos á otros, y de rato en rato se dirigian, chancéandose, bolas de nieve (proyectil más inofensivo seguramente que muchos sarcasmos) riéndose cuando acertaban y aun más cuando no.

Las tiendas de volatería estaban medio abiertas tan sólo: las de frutas y verduras lucian en todo su esplendor. Por esta parte se ostentaban á cada lado de las puertas, anchurosos y redondos canastos henchidos de soberbias castañas, como ostentan sobre su vientre el ámplio chaleco los panzudos y viejos gastrónomos: aquellos canastos parecian próximos á caer, víctimas de su apoplética corpulencia. En otra parte figuraban las cebollas de España, rojas, de subido color, de abultadas formas, recordando por su gordura los frailes de su patria, y lanzando arrebatadoras miradas á las jóvenes que, al pasar por allí, se fijaban discretamente en las ramas de hiedra suspendidas de las paredes.

Más allá, en apetitosos montones, peras y manzanas; racimos de uvas que los vendedores habian tenido la delicada atencion de exponer, en lugar visible, para que á los aficionados se les hiciera la boca agua y refrescaran así gratis; pilas de avellanas musgosas y morenas que train á la memoria los paseos en el bosque, donde se hunde uno hasta el tobillo en las hojas secas; biffins de Norfolk gruesos y oscuros, que resaltaban el color de las naranjas y de los limones, recomendables por su aspecto jugoso, para que los compraran á fin de servirlos á los postres.

 

Los peces de oro y de plata, expuestos en peceras, en medio de aquellos productos escogidos, si bien individuos de una raza triste y apática, parecian advertir, aunque peces, que sucedia algo extraordinario, porque giraban por su estrecho recinto con estúpida agitacion.

¡Y los ultramarinos! Sus tiendas estaban casi cerradas, excepto un tablero ó dos, pero ¡qué magníficas cosas se podian ver por las aberturas de estos! No era solamente el agradable sonido de las balanzas al caer sobre el mostrador, ni el crujido del bramante entre las hojas de las tijeras que lo separaban del carrete para atar los lios, ni el rechinamiento incesante de las cajas de hoja de lata donde se conserva el thé ó el café para servirlo á los parroquianos. Tras, tras, tras, sobre el mostrador: aparecen, desaparecen, se revuelven entre las manos de los dependientes como los cubiletes entre las de un prestidigitador. Allí no se debía fijar uno especialmente en elaroma del thé y del café tan agradables al olfato.

Las pasas hermosas y abundantes; las almendras tan blancas; las cañas de canela tan largas y rectas; las demás especias tan gustosas; las frutas confitadas y envueltas en azúcar candi, á cuya sola vista los curiosos se chupaban el dedo; los jugosos y gruesos higos; las ciruelas de Toura y de Agen, de suave color rojo y gusto ácido, en sus ricas cestillas; y por último, todo lo que allí habia adornado con su traje de fiesta, llamaba la atencion. Era preciso ver á los afanosos parroquianos realizar los proyectos que habian formado para aquel dia, empujarse, tropezarse violentamente con la banasta de las provisionesm olvidándose, á lo mejor, de sus compras, volviendo á buscarlas precipitadamente, cometiendo otras equivocaciones, pero sin perder el buen humor, entranto que el dueño de la tienda y sus dependientes daban tantas muestras de amabilidad y de franqueza que no habia más que pedir.

 

 

Pero luego llamaron las campanas de las iglesias y de las capillas á que se acudiese á los oficios: bandadas degentes vestidas con sus mejores trajes, con muestras de júbilo y ocupando de lado á lado las calles acudieron al llamamiento. A la vez y desembocando de las callejuelas laterales y de los pasadizos, se dirigieron un gran número de personas á los hornos para que les asaran las comidas. Esto inspiró un interés grandísimo al espíritu, porque situándose con Scrooge á la puerta de una tahona, levantaba la tapadera de los platos, á medida que los iban llevando, y como que los regaba de incienso con su antorcha; antorcha bien extraordinaria en verdad, porque en dos ocaciones, habiéndose tropezado, un poco bruscamente, algunos de los portadores de comidas, á causa de la prisa que llevaban, dejó caer sobre ellos unas pocas gotas de agua, é inmediatamente los enojados tomaron á risa el fracaso, diciendo que era una vergüenza reñir en Navidad. Y nada más cierto, Dios mío, nada más cierto.

 

Poco á poco fueron cesando las campanas y los tahonas se cerraron, pero qudaba como un placer anticipado de las comidas, de los progresos que iban haciendo, en el vapor que se difundia por el aire escapándose de los encendidos hornos.

— ¿Tienen alguna virtud particular las gotas que se desprenden de vuestra antorcha? preguntó Scrooge.

—Seguramente: mi virtud.

—¿Puede comunicarse á toda clase de comida hoy?

 —A toda clase de manjar ofrecido de buen corazon y particularmente á las personas más pobres.

—¿Y por qué á las más pobres?

—Porque son las que sienten mayor necesidad.

—Espíritu, dijo Scrooge despues de meditar un rato; estoy admirado de que los seres que se agitan en las esferas suprasensibles, que espíritus como vosotros, se hayan encargado de una comision poco caritativa; la de privar á esas pobres gentes de las ocaciones que se les ofrecen de disfrutar un placer inocente.

—¡Yo! exclamó el espíritu.

—Sí, porque les privais de medios de comer cada ocho dias; en el dia en que se puede decir verdaderamente que comen. ¿No es positivo?

 

—¿Yo?

—Ciertamente: ¿no consiste en vosotros que esos hornos se cierren en el dia del sabado? ¿No resulta entonces lo que yo he dicho?

—¿Yo, yo, busco eso? —¡Perdonadme si me he equivocado! Eso se hace en vuestro nombre ó por lo menos en el de vuestra familia.

—Hay, dijo el espíritu, en la tierra donde habitais, hombres que abrigan la presuncion de convencernos, y que se sirven de nuestro nombre para satisfacer sus culpables pasiones, el orgullo, la perversidad, el odio, la envidia, la mojigatería y el egoismo, pero son tan ajenos á nosotros y á nuestra familia, como si no hubieran nacido nunca. Acordaos de esto y otra vez hacedles responsables de lo que hagan y no á nosotros.

 

Scrooge se lo prometió y de seguida se trasladaron, siempre invisibles, á los arrabales de la ciudad. En el espíritu residia una facultad maravillosa (y Scrooge lo advirtió en la tahona); la de poder sin inconveniente, y á pesar de su gigantesca estatura, acomodaron á todos los lugares, sin que bajo el techo menos elevado perdiese nada de su elegancia, de su natural majestad, como si se encontrase dentro de la bóveda más elevada de un palacio.

Impulsado, acaso, por el gusto que tenía el espíritu en demostrar esta facultad suya, ó por su naturaleza benévola y generosa para con los pobres, condujo á Scrooge al domicilio de su dependiente. Al atravesar los umbrales, sonrió el espíritu y se detuvo para cehar una bendicion, regando además con la antorcha el humilde recinto de Bob Cratchit. Eso es. Bob no tenía más que quince bob por semana: cada sábado se le entregaban quince ejemplares de su nombre de pila, y sin embargo, no por eso dejó el espìritu de la Navidad de bendecir aquella pobre morada compuesta de cuatro aposentos.

 

Entonces se levantó Mrs. Cratchit, mujer de Cratchit, vestida con un traje vuelto, pero en compensacion adornada de muchas cintas muy baratas, de esas cintas que producen tan buen efecto no obstante lo poquísimo que valen. Estaba disponiendo la mesa ayudada de Belinda Cratchit, el mayor de los hijos, metia a su tenedor en la marmita llena de patatas y estiraba cuando le era posible su enorme cuello de camisa; no precisamente su cuello, sino el de su padre, pues éste se lo habia prestado, en honor de la Navidad, á su heredero presuntivo, quien orgulloso de verse tan acicalado, ansiaba lucirse en el paseo más concurrido y elegante.

Otros dos pequeños Cratshit, niño y niña, penetraron en la habitacion diciendo que habian olfateado el pato en la tahona y conocido que era el de ellos. Engolosinados de antemano con la idea de la salsa de cebolla y salvia, rompieron á bailar en torno de la mesa, ensalzando hasta el firmamento la habilidad de maese Cratchit, el cocinero de aquel dia, en tanto que este último (tieso de orgullo á pesar de que el abundoso cuello amenazaba ahogarle) atizaba el fuego para ganar el tiempo perdido, hasta hacer que las patatas saltasen, al cocer, á chocar con la tapadera del perol, advirtiendo con esto que estaban ya á punto para ser sacadas y peladas.

 

—¿Por qué se retrasará tanto vuestro excelente padre? dijo Mrs. Cratchit ¿Y vuestro hermano Tiny Tim? ¿Y Marta? El año pasado vino media hora antes.

—Aquí está Marta, madre, gritó una jóven que entraba en aquel momento.

—Aquí está Marta, madre, gritaron los dos jóvenes Cratchit. ¡Viva! ¡Si supieras, Marta, que pato tan hermoso tenemos!

—¡Ah querida hija! ¡Que Dios te bendiga! Qué tarde vienes, dijo Mrs. Cratchit abrazándola una docena de veces, y desnudándola con ternura del manton y del sombrero.

—Ayer teníamos mucho trabajo, madre, y ha sido preciso entregarlo hoy por la mañana.

—Bien, bien; no pensemos en ello puesto que estás aquí. Acércate á la chiminea y caliéntate.

—No, no, gritaron los dos niños. Ahí está padre: Marta escóndete.

Y Marta se escondió. A poco hicieron su entrada el pequeño Bob y el padre Bob; este con un tapaboca que le colgaba lo menos tres piés por delante, sin contar la franja. Su traje aunque raido estaba perfectamente arreglado y cepillado para honrar la fiesta. Bob llevaba á Tiny Tim en los hombros, porque el pobre niño como raquítico que era, tenía que usar una muleta y un aparato en las piernas para sostenerse.

—¿Dónde está nuestra Marta? preguntó Bob mirando á todos lados.

—No viene, dijo Mrs. Cratchit.

—¡Qué no viene! exclamó Bob poseido de un abatimiento repentino, y perdiendo de un golpe todo el regocijo con que habia traido á Tiny Tim de la iglesia como si hubiera sido su caballo. ¡No viene para celebrar la Navidad!

 

 

Marta no pudo resistir verlo contrariado de aquella manera, ni aun en chanza, y salió presurosa del escondite donde se hallaba detrás de la puerta del gabinete, para coharse en brazos de su padre, mientras que los dos pequeños se apoderaban de Tiny para llevarlo al cuarto de lavado, á fin de que oyese el hervor que hacía el pudding dentro del perol.

—¿Qué tal se ha portado el pequeño Tiny? preguntó Mrs. Cratchit despues de burlarse de la credulidad de su marido, y que éste hubo abrazado á su hija.

—Como una alhaja y más todavía. En la necesidad en que se encuentra de estar mucho tiempo sentado y solo, la reflexion madura mucho en él, y no puedes imaginarte los pensamientos que le ocurren. Me decia, al volver, que confiaba en haber sido notado por los asistentes á la iglesia, en atencion á que es cojo y á que los cristianos deben tener gusto de recordar, en dias como este, al que devolvia á los cojos las piernas y á los ciegos la vista.

La voz de Bob revelaba una intensa emocion al repetir estas palabras: aun fué mayor cuando añadió que Tiny se robustecia de cada vez más.

 

Se oyó en esto el ruido que causaba sobre el pavimento la pequeña muleta del niño, el cual entró en compañía de sus dos hermanos. Bob, recogiéndose las mangas, como si pudieran ¡pobre mozo! gastarse más, compuso, con ginebra y limones, una especie de bebida caliente, despues de haberla agitado bien en todos sentidos, mientras que su hijo Pedro y los dos más pequeños, que sabian acudir á todas partes, iban á buscar el pato con el cual regresaron muy pronto, llevándolo en procesion triunfal.

A juzgar por el alboroto que produjo la presentacion, se hubiera creido que el pato es la más extraña de las aves, un fenómeno de pluma, con respecto al cual un cisne negro sería una cosa vulgar; y en verdad que tratándose de aquella pobre familia la admiracion era muy lógica. Mrs. Cratchit hizo hervir la pringue, preparada con anticipacion; el heredero Cratchit majó las patatas con un vigor extraordinario; Miss Belinda azucaró la salsa de manzanas; Marta limpió los platos; Bob hizo sentar á Tiny en uno de los ángulos de la mesa y los Cratchit más pequeños colocaron sillas para todo el mundo, sin olvidarse, por supuesto, de sí mismos, y una vez preparados, se metieron las cucharas en la boca, para no caer en la tentacion de pedir del pato antes de que les correspondiera el turno.

Por fin llegó el momento de poner los platos, y rezada la bendicion, que fué seguida de un silencio general, Mrs. Cratchit, recorriendo cuidadosamente con la vista la hoja del cuchillo de trinchar, se preparó á hundirlo en el cuerpo del pato. Apenas lo hubo hecho; apenas se escapó el relleno por la abertura, un murmullo de satisfaccion se levantó por todas partes, y hasta el mismo Tiny, excitado por sus hermanos más pequeños, golpeó con el mango de su cuchillo la mesa y gritó: hurra.

 

—Nunca, dijo Bob, se habia visto un pato igual. Su sabor, su gordura, su bajo precio, lo tierno que estaba, fueron el texto comentado de la admiracion universal: con la salsa de manzanas y el puré de patatas hubo bastante para la comida de todos ellos. Mrs. Cratchit notando un pequeño resto de hueso, dijo que no se habian podido comer todo el pato: la familia entera estaba satisfecha, particularmete los pequeños Cratchit ambos llenos, hasta los ojos, de salsa de cebollas. Una vez cambiados los platos por Miss Belinda, su madre salió del comedor, pero sola, pues la emocion que le dominaba por el importante acto que iba á cumplir, requeria que no la molestaran testigos: salió para servir el pudding. ¡Oh! ¡oh! ¡Qué vapor tan espeso! Sin duda habia sacado el pudding del caldero.

¡Qué mezcla de perfumes tan apetitosos, de esos perfumes que recuerdan el restaurant, la pastelería de la casa de al lado. ¡Era el pudding! Despues de medio minuto escaso de ausencia, Mrs. Cratchit, con la cara encendida, sonriente y triunfante, volvió á la mesa, en la que presentó el pudding, muy parecido á una bala de cañon en lo duro y firme, y flotando en media azumbre de aguardiente encendido, y todo coronado por la rama de acebo, símbolo de la Navidad.

¡Qué maravilloso pudding! Bob Cratchit dijo, de una manera formal y seria, que lo consideraba como la obra maestra de Mrs. Cratchit desde que se habian casado, á lo que respondió la interesada, que ahora que ya no tenía ese peso sobre el corazon, confesaba las dudas que habia tenido, acerca de su tino en echar la harina. Todos experimentaron la necesidad de decir algo, pero ninguno se cuidó, si tuvo tal idea, de decir que era un pudding bien pequeño para tan numerosa familia. Verdaderamente hubiera sido muy feo pensarlo ó decirlo: ningun Cratchit hubiera dejado de sonrojarse de vergüenza.

 

Así que terminó la comida, quitaron los manteles, fué barrida la estancia y reanimada la chimenea. Se probó el grog compuesto por Bob y lo encontraron excelente; colocaron en la mesa manzanas y naranjas y entró el rescoldo un buen puñado de castañas. A seguida la familia se arregló alrededor de la chimenea, en círculo como decia Cratchit, en vez de semicírculo, y prepararon toda la cristalería de la familia, consistente en dos vasos y una pequeña taza de servir crema, sin asa. Y esto ¿qué importaba? No por eso dejaban de contener el hirviente licor como si hubieran sido vasos de oro, y Bob escanció la bebida radiante de júbilo, mientras que las castañas se asaban resquebrajándose con ruido al calor del fuego. Entonces Bob pronunció este brindis.

—Felices Páscuas para todos nosotros y nuestros amigos. ¡Que Dios nos bendiga!

Y toda la familia contestó unánimamente.

—¡Que Dios bendiga á cada uno de nosotros! dijo Tiny el último de todos.

Estaba sentado en un taburete cerca su padre. Bob le tenia cogida la descarada mano, como si hubiera querido darle una muestra especial de ternura, y consercarlo á su lado de miedo que se lo quitasen.

 —Espíritu, dijo Scrooge con un interés que hasta entonces no habia manifestado: decidme si Tiny vivirá.

—Veo un sitio desocupado en el seno de esa pobre familia, y una muleta sin dueño cuidadosamente conservada. Si mi sucesor no altera el curso de las cosas, morirá el niño.

—No, no, buen espíritu: no; decid que viva.

—Si mi sucesor no altera el curso de las cosas en esas imágenes que descubren el porvenir, ninguno de mi raza verá á ese niño. Si muere disminuirá asi el excedente de la poblacion.

Scrooge bajó la cabeza cuando oyó al espíritu repetir aquellas palabras, y el dolor y el remordimiento se apoderaron de él.

—Hombre, añadió el espíritu; si poseeis un corazon de hombre, y no de piedra, dejad de valeros de esa jerigonza despreciable, hasta que sepais lo que es ese excedente y dónde se encuentra. ¿Os atreveríais á señalar los hombres que deben vivir y los que deben morir? Es muy posible que á los ojos de Dios seais ménos digno de vivir que millones de criaturas semejantes al hijo de ese pobre hombre. ¡Dios mio! que un insecto oculto entre las hojas diga que hay demasiados insectos vivientes, refiriéndose á sus famélicos hermanos que se revuelcan en el polvo!

 

 

Scrooge se humilló ante la reprimenda del espíritu, y temblando bajó los ojos. Pronto los levantó oyendo pronunciar su nombre.

—¡Ah, Mr. Scrooge! dijo Bob; bebamos á la salud de él, puesto que le debemos este humilde festín.

—¡Buen principal está! exclamó Mrs. Cratchit roja de cólera; quisiera verlo aquó para servirle un plato de mi gusto. Buen apetito habia de tener para comerlo.

—Querida mia, dijo Bob; los hijos… la Navidad.

—Se necesita que nos encontremos en tal dia para beber á la salud de un hombre tan aborrecible, tan avaro, tan duro como Mr. Scrooge. Ya sabeis que es todo eso. Ninguno lo puede decir mejor que vos, mi pobre marido.

—Querida mia, insistió dulcemente Bob, el dia de Navidad…

—Beberé á su salud por amor á vos y en honra del dia, mas no por él. Le deseo, pues, larga vida, felices Pascuas y dichoso año. Hé aquí con qué dejarlo bien contento, pero lo dudo.

—Los niños secundaron el brindis, y esto fué lo único que no hicieron de buena gana en aquel dia. Tiny bebió el último, pero hubiese dado su brindis por un perro chico. Scrooge era el vampiro de la familia: su nombre anubló la satisfaccion de aquellas personas, pero fué cosa de cinco minutos.

Pasados estos y desvanecido el recuerdo de Scrooge, Bob anunció que ya le habian prometido colocar á su hijo mayor con algo más de cinco chelines por semana.

 

Los pequeños Cratchit rieron como locos, pensando que su hermano iba á tomar parte en los negocios, y el interesado miró con aire meditabundo, y por entre los picos del cuello de la camisa, al fuego, como si ya reflexionase acerca de la colocacion que daria á una renta tan comprometedora.

Marta, pobre aprendiz en un establecimiento de modista, refirió la clase de obra que tenía que hacer y las horas que necesitaba trabajar sin descanso, regocijándose con la idea de que al siguiente dia podría permaneces más que de costumbre en el lecho. Añadió que acababa de ver á un lord y una condesa, aquél de la misma estatura que Pedro, con lo que éste se levantó tanto el cuello de la camisa, que casi no se le veia la cabeza. Durante la conversacion las castañas y el grog circulaban de mano en mano, y Tiny cantó una balada relativa á un niño perdido entre las nieves. Tiny poseia una vocecita lastimera y lo hizo admirablemente, por quien soy.

En todo aquello no habia ciertamente nada de aristocrático. Aquella no era una hermosa familia. Ninguno de ellos estaba bien vestido. Tenian los zapatos en mal uso y hasta Pedro hubiera podido con su traje hacer negocio con un ropavejero; sin embargo, todos eran felices, y vivian en las mejores relaciones, satisfechos de su condicion. Cuando Scrooge se separó de ellos se manifestaron más alegres de cada vez, gracias al benéfico influjo de la antorcha del espíritu, así es que continuó mirándolos hasta que se desvanecieron, y especialmente á Tiny-Tim.

 

Había llegado la noche, oscuro y lóbrega. Mientras Scrooge y el espíritu recorrian las calles, la lumbre chisporroteaba en las cocinas, en los salones, en todas partes, produciendo maravillosos efectos. Aquí la llama vacilante dejaba ver los preparativos de una modesta pero excelente comida de familia, en una estancia que preservaban del frio de la calle por medio de espesos cortinajes de color rojo oscuro. Por allá todos los hijos de la casa, desafiando la temperatura, salian al encuentro de sus hermanas casadas, de sus hermanos, de sus tios, de sus primos, para anticiparse á saludarlos.

Por otras partes los perfiles de los convidados se divisaban á través de los visillos. Una porcion de hermosas jóvenes, encapuchadas y calzadas de fuertes zapatos, hablando todas á la vez, se dirigian apresuradamente á casa de su vecina. ¡Infeliz del célibe (las astutas hechiceras lo sabian perfectamente) que las viese entonces penetrar en la casa con los semblantes coloreados por el frio!

A juzgar por el número de personas que se dirigian á las reuniones, se hubiera podido decir que no quedaba nadie en las casas para dar la bienvenida, pero no sucedia así; en todas partes habia amigos que aguardaban con el corazon bien alegre y las chimeneas bien repletas de fuego. Por eso se veia al espíritu arrebatado de entusiasmo, y que descubriendo su ancho pecho y abriendo su dadivosa mano, flotaba por encima de aquella multitud, derramando sobre las gentes su pura y cándida alegría. Hasta los humildes faroleros, acelerándose delante de él, marcando su trabajo con luminosos puntos á lo largo de las calles; hasta los humildes faroleros, ya vestidos para ir á alguna reunion, se reian á carcajadas cuando el espíritu pasaba cerca de ellos, por más que ignorasen lo próximo que lo tenian.

 

De repente, sin que el espíritu hubiera dicho nada á su compañero, en preparacion para tan brusco tránsito, se encontraron en medio de un lugar pantanoso, triste, desierto y sembrado de grandes montones de piedras, como si allí hubiera un cementerio de gigantes. El agua circulaba por todas partes, y no se ofrecia para ello otro obstáculo que el hielo que la sujetaba prisionera. Aquel suelo no producia más que musgo, retama y una hierba mezquina y ruda. Por el horizonte y en la direccion del Oeste, el Sol poniente habia dejado un rastro de fuego de un rojo vivísimo, que iluminó por un momento aquel lugar de desolacion, como si fuese la mirada brillante de un ojo sombrío cuyos párpados se cerrasen poco á poco, hasta que desapareció completamente en la oscuridad de una densa noche.

—¿En dóndo estamos? preguntó Scrooge.

—Estamos donde viven los mineros, los que trabajan en las entrañas de la tierra, contestó el espíritu. Ya me reconocen, mirad.

Brilló una luz en la ventana de una pobre choza, y ambos se dirigieron hácia aquel lado. Penetrando á través del muro de piedras y tierra que constituia aquel mísero albergue, vieron una numerosa y alegre reunion en torno de una gran fogata.

Un bueno viejo, su mujer, sus hijos, sus nietos y sus biznietos, estaban congregados allí vestidos con su mejor traje. El viejo, con voz que ya no podia sobreponerse al agudo silbido del viento que soplaba sobre los arenales, cantaba un villancico (muy antiguo ya cuando él lo aprendió de niño), y los circunstantes repetian de tiempo en tiempo de estribillo. Cuando ellos cantaban el viejo se sentia reanimado, pero cuando callaban volvia á caer en su debilidad.

 

 

El espíritu no se detuvo aquí, sino que encargando á Scrooge que agarrara vigorosamente, lo transportó por encima de los pantanos, ¿adónde? No al mar, me parece; pues sí, al mar. Scrooge aterrorizado, observó como se desvanecia en la sombra el promontorio más avanzado: el ruido de las olas embravecidas y rugientes que corrian á estrellarse con el fragor del trueno en las cavernas que habian socavado, como si en el exceso de su ira el mar tratase de minar la tierra, le ensordeció.

Edificado sobre una desnuda roca que apenas salia á flor de agua, y azotado furiosamente por las olas durante todo el año, se levantaba a mucha distancia de tierra un faro solitario. En el basamento se acumulaban multitud de plantas marinas, y el pájaro de las tempestades, nacido acaso de los vientos como las algas de las aguas, revoloteaba en torno de la torre como las olas sobre que se mecia.

Hasta en aquel sitio, los dos hombres á cuyo cargo estaba la custodia del faro, habian encendido una hoguera que despedia sus luminosos rayos hasta el alborotado mar por la abertura hecha en la recia muralla. Dándose un apreton con sus callosas manos, por encima de la mesa á la cual estaban sentados, se deseaban felices Pascuas brindando con grog: el más viejo, de cutis apergaminado y lleno de costurones, como esas figuras esculpidas en la proa de los antiguos buques, entonó con voz ronca un canto salvaje que tenía mucho de las ráfagas tempestuosas.

 

El espectro seguía siempre sobre el mar sombrío y turbulento; siempre, siempre, hasta que en su rápida marcha, lejos ya, muy lejos de tierra como le dijo Scrooge, descendió á un buque, colocándose cerca del timonero á veces, otras del vigilante á proa, otras de los oficiales de guardia, visitando todas estas fantásticas figuras en los varios sitios adonde debían acudir.

Todos ellos tarareaban una canción alusiva al día: pensaban en la Navidad; recordaban á sus compañeros otras de que habían disfrutado, contando siempre con volver al seno de sus familias. Todos á bordo, despiertos ó dormidos, buenos ó malos, habían estado más cariñosos entre sí que durante el resto del año; todos se habían comunicado sus alegrías; todos se habían acordado de sus parientes o amigos, esperando que éstos se acordasen también.

Scrooge quedó altamente sorprendido de que mientras estaba atento al estribor del huracán, y se perdía en abstracciones acerca de lo solemne de semejante viaje, á través de la oscuridad, por encima de aquellos espantosos abismos, cuyas profundidades son secretos tan impenetrables como el de la muerte, llegara á sus oídos una ruidosa carcajada. Pero su sorpresa fué mayor al advertir que aquella carcajada procedia de su sobrino, el cual se hallaba en un salon perfectamente iluminado, limpio, con buen fuego y en compañía del espíritu, que lanzaba sobre el alegre jóven miradas llenas de dulzura y de benevolencia.

 

Si os sucede, por una casualidad poco probable, que os encontreis con un hombre que sepa reir de mejor gana que el sobrino de Scrooge, os digo que desearia trabar relaciones con él. Hacedme el favor de presentármelo y entablaré amistad.

Por una dichosa, justa y noble compensación en las cosas del mundo, aunque las enfermedades y los pesares son contagiosos, lo es más la risa y el buen humor. Mientras el sobrino de Scrooge se reia, segun he indicado, apretándose los ijares é imprimiendo á su cara las muecas más extravagantes, la sobrina de Scrooge, sobrina por afinidad, se reia de tan buena gana como su marido; los amigos que con ellos estaban no hacian menos y acompañaban en la risa á más y mejor.

—Bajo palabra de honor, os aseguro, decia el sobrino, que ha proferido la palabra: que la Navidad es una tontería, é indudablemente esa era su conviccion.

—Tanto más vergonzoso para él, dijo la mujer indignada.

Por eso me gustan las mujeres: no hacen nada á medias: todo lo toman por lo serio.

La sobrina de Scrooge era bonita; excesivamente bonita, con su encantador rostro, con su aire sencillo y cándido, con su arrebatadora boquita hecha para ser besada, y que indudablemente lo era á menudo; con sus mejillas llenas de pequeños hoyuelos; con sus ojos, los más expresivos que pueden verse en fisonomía de mujer: en una palabra, su belleza tenía tal vez algo de provocativa, pero revelando que se hallaba dispuesta á dar una satisfaccion, sí; satisfaccion completa.

 

—Es muy chusco ese hombre, dijo el sobrino de Scrooge. En verdad, podría hacerse más simpático; pero como sus defectos constituyen su propio castigo, nada tengo que decir en contra de eso.

—Creo que es muy opulento, Federico, dijo la sobrina: á lo menos eso me habeis dicho.

—¡Qué importa su riqueza, mi querida amiga! replicó el marido. Para maldita la cosa que le sirve; ni aun para hacer bien á nadie; ni a sí mismo. Ni siquiera tiene la satisfaccion de pensar, ja, ja, ja, que nosotros nos hemos de aprovechar pronto de ella.

—Ni aun con eso puedo sufrirlo, continuó la sobrina, á cuya opinion se adhirieron sus hermanas y las demás señoras concurrentes.

—Pues yo soy más tolerante. Me aflijo por él, y nunca le desearé mal aunque tenga gana, porque quien padece de sus genialidades y de su mal humor es él y sólo él. Y lo que digo no es porque se le haya puesto en la cabeza rehusar mi convite, pues al fin, de aceptarlo, se hubiera encontrado con una comida detestable.

—¡De veras! Pues yo creo que se ha perdido una buena comida, exclamó su mujer interrumpiéndola. Los convidados fueron de la misma opinion, y necesariamente eran personas muy autorizadas para decirlo, porque acababan de soborearla.

—Me alegro de saberlo, repuso el sobrino de Scrooge, porque no tengo mucha confianza en el talento de estas jóvenes caseras. ¿Qué opinais Topper?

 

Topper tenía los ojos puestos en una de las cuñaditas de Scrooge, y respondió que un célibe era un miserable pária á quien no le asistía el derecho de emitir opinion sobre tal materia, á cuyas palabras la cuñada del sobrino de Scrooge, aquella jóven tan regordetilla que veia á un extremo con pañoleta de encajes, no la que lleva un ramo de rosas, se puso sofocada.

—Seguid lo que estabais diciendo, Federico, dijo su mujer dando unas palmadas. Nunca acaba lo que ha comenzado. ¡Qué ridículo es eso!

El sobrino de Scrooge soltó la carcajada de nuevo, y como era imposible librarse del contagio, aunque la jóven regordeta trataba de hacerlo poniéndose á aspirar el frasco de sales, todos siguieron el ejemplo del jóven.

—Me proponía únicamente decir, que mi tio presentándome tan mala cara, y negándose á venir con nosotros, ha perdido algunos momentos de placer que le hubieran venido muy bien. Indudablemente se ha privado de una compañía mucho más agradable que sus pensamientos, que un mostrador húmedo y que sus polvorientas habitaciones.

Esto no quita para que todos los años le invite de la misma manera, plázcale ó no, porque tengo lástima de él. Dueño es, si así le parece, de burlarse de la Navidad; pero no podré menos de formar buena opinion de mí, cuando me vea presentarme á él todos los años, diciéndole con mi acostumbrado buen humor: «Mi querido tío: ¿qué tal os va?» Si esto pudiera inspirarle la idea de aumentar el sueldo de su dependiente hasta cuarenta y cuatro libras esterninas, se habría conseguido algo. No sé, pero se me figura que ayer lo ha quebrantado.

 

 

Al oir aquello todos los concurrentes se rieron, pareciéndoles que era sobrada pretension la de haber conseguido quebrantar a Scrooge; pero como el sobrino era de bellísimo génio, y no se cuidaba de saber por qué se reían con tal que se rieran, aun los animó haciendo circular las botellas.

Despues del thé hubo un poco de música, porque los convidados aquellos constituian una familia de músicas, que entendian perfectamente lo de cantar arias y ritornelos; sobre todo Topper, que sabia lanzar su gruesa voz de bajo como un artista consumado, sin que se le hincharan las venas de la frente y sin ponerse rojo como un cangrejo. La sobrina de Scrooge tenia bien el arpa: entre otras piezas ejecutó una cancioncilla (una cosa insignificante que hubiérais aprendido á tararear en dos minutos), pero que era justamente la favorita de la jóven que, tiempos atrás, fué en busca de Scrooge al colegio, como el fantasma de la Navidad se lo habia hecho á la memoria.

Ante aquellas tan conocidas notas, recordó de nuevo Scrooge todo lo que el espectro le representara, y más enternecido de cada vez, consideró que si hubiera tenido la dicha de oir frecuentemente aquella insignificante cancioncilla, habria podido conocer mejor lo que de grato encierran las dulces afecciones de la existencia y cultivándolas; empresa algo más meritoria que la de cavar con impaciencia de sepulturero su fosa, segun ocurrió con Marley.

 

No tan sólo la música ocupó á aquellos convidados. Al cabo de rato se jugó á juegos de prendas, porque es conveniente volver á los dias de la niñez, sobre todo, teniendo en cuenta que la Navidad es una fiesta establecida por un Dios niño. Atencion Se dió principio por gallina ciega. ¡Oh! ¡Y qué tramposo está Topper! Hace como que no ve, pero perded cuidado; ya sabe bien adonde dirigirse. Estoy seguro de que se ha puesto de acuerdo con el sobrino de Scrooge, pero sin conseguir engañar al espíritu de la Navidad allí presente. La manera como el pretendido ciego persigue á la regordetilla de la pañoleta, es un insulto positivo que se dirige á la credulidad humana.

Por más que ella se coloque detrás del guarda-fuego, ó encima de las sillas, ó al amparo del piano, ó encima de las sillas, ó al amparo del piano, ó entre los cortinajes á riesgo de asfixiarse, á todas partes donde va ella va tambien él. Siempre sabe donde tropezar con la regordetilla. No quiero coger á nadie más, y aunque le salgais al paso, como algunos lo han hecho de propósito, hará como que os quiere agarrar, pero con tal torpeza, que no puede engañarnos, y luego se dirigirá hácia donde se olculta la regordetilla. «Eso no es jugar bien:» dice ella huyendo cuanto puede, y tiene razon; pero á lo último, cuando él la coge; cuando á despecho de la ligereza de la jóven, él logra arrinconarla de manera que no pueda escapársele, entonces su conducta es inícua.

Bajo pretexto de que no sabe á quien ha cogido, la reconoce pasándole la mano por la cabeza, ó se permite tocar cierto anillo que ella lleva al dedo, ó una cadena con que se adorna el cuello. ¡Oh infame mónstruo! Por eso así que él deja el pañuelo á otra persona, los dos jóvenes tienen en el hueco de la ventana, detrás de las cortinas, una conferencia particular, en la que ella le dice á él todo lo que le parece.

 

La sobrina de Scrooge no tomaba parte en el juego. Se habia retirado á uno de los rincones de la sala, y allí estaba sentada en un sillon con lo piés en un taburete, teniendo detrás al aparecido y á Scrooge. En los juegos de enigmas sí que participó. Era muy diestra en ellos, con gran satisfaccion de su esposo, y les sentaba bien las costuras á sus hermanas y eso que no eran tontas: preguntádselo si no á Topper.

Allí habia como veinte personas entre viejos y jóvenes.

Todos jugaban, hasta el mismo Scrooge, quien, olvidando de todo punto que no sería dado, se interesaba en todo aquello, diciendo en alta voz el secreto de los enigmas que se proponian: os aseguro que adivinaba muchas y que la más fina aguja, la de marca más acreditada, la más puntiaguda, no lo era tanto como el ingenio de Scrooge, á pesar del aire bobalicon de que revestia para engatusar á sus parroquianos.

El aparecido gozaba de verle en semejante disposicion de espíritu, y lo contemplaba con aspecto tan lleno de benevolencia, que Scrooge le pidió encarecidamente como un niño, que lo tuviese allí hasta que se marcharan los convidados.

—Un nuevo juego, espíritu; un nuevo juego. Media hora nada más.

 

 

Tratábase del juego conocido con el nombre de sí y no. El sobrino de Scrooge debia tener un pensamiento, y los demás la obligacion de adivinarlo. A las preguntas que le hacian él no contestaba más que sí ó no. La granizada de interrogatorios á que lo sujetaron, fué causa de que hiciese muchas indicaciones; que pensaba en un animal: que era un animal vivo, adusto y salvaje; un animal que rugia y gruñia en varias ocaciones: que otras veces hablaba: que residia en Lóndres: que se paseaba por las calles: que no lo enseñaban por dinero: que no iba sujeto con cordon: que no estaba en una casa de fieras ni destinado al matadero, y que no era ni un caballo, ni un asno, ni una vaca, ni un toro, ni un tigre, ni un perro, ni un cerdo, ni un gato, ni un oso. A cada pregunta que le hacian aquel tunante de sobrino daba á reir, y tan grandes eran á veces los accesos, que se veia obligado á levantarse para patear de gusto. Por fin la cuñada regordetilla, riéndose á más no poder, exclamó:

—Lo he adivinado, Federico: ya sé lo que es.

—¿Qué es?

—Es vuestro tio Scro…o…o…o…oge.

 Efectivamente habia acertado. La admiracion fué general, si bien algunas personas objetaron que á la pregunta: «¿Es un oso?» debia haberse contestado: «Sí,» tanto más, cuanto que á la respuesta negativa, muchos habian dejado de pensar en Scrooge para buscar por otro lado.

—En medio de todo ha contribuido muy especialmente á divertirnos, dijo Federico, y seríamos sobre toda ponderacion ingratos, si no bebiéramos á su salud. Cabalmente todos empuñamos ahora un vaso de ponche de vino; por lo tanto: á la salud de mi tio Scrooge.

—Sea: á la salud del tio Scrooge, contestaron.

—Felices Pascuas y dichoso año para el viejo, á pesar de su genio. El no aceptaria este buen deseo de mi parte, pero se lo tributo sin embargo. A mi tio Scrooge.

Scrooge se habia dejado dominar de tal modo por la hilaridad general, experimentaba tanto descanso en su corazon, que de buena gana hubiera tomado parte en el brindis, aunque nadie sabía de su presencia allí, y pronunciado un buen discurso de gracias, siquiera fuese desoido, á no ser porque no se lo permitió el fantasma. Hubo cambio de escena. Cuando el sobrino pronunciaba la última palabra del brindis, Scrooge y el espíritu comprendieron de nuevo el curso de su viaje.

 

Vieron muchos países. Fueron muy lejos visitaron un gran número de moradas, y siempre con las mejores consecuencias para aquellos á quienes se acercaba el espíritu de la Navidad.

Al aproximarse al lecho de uno, enfermo y en extranjera tierra, éste se olvidaba de su dolencia y se creia trasportado al suelo patrio. Si á una alma en lucha con la suerte, le infundia sentimientos de resignacion y esperanza en mejor porvenir. Si á los pobres, inmediatamente se creian ricos. Si á las casas de caridad, á los hospitales y á las prisiones, á todos estos refugios de la miseria, donde el hombre vano y orgulloso no habia podido, abusando de su pequeño y efímero poder, impedir la entrada al espíritu, éste dejaba caer su bendicion y enseñaba á Scrooge mil preceptos caritativos.

Fué una noche muy larga, si es que todo esto se cumplió en una noche: Scrooge lo dudó porque á su juicio habian sido condensadas muchas Navidades en el tiempo que estuvo con el aparecido. Sucedia una cosa extraña y era que mientras Scrooge conservaba incólumes sus formas exteriores, el espíritu se hacía más viejo; visiblemente más viejo.

 

Scrooge advirtió la transformacion, mas no dijo nada, hasta que al salir de un recinto, donde varios niños celebraban la fiesta de Reyes, miró al espíritu, así que se encontraron solos, y vió lo mucho que habia encanecido.

—¿Tan corta es la vida de los espíritus?

—La mia es muy breve en este mundo, contestó el espectro. Termina hoy por la noche.

—¡Esta noche!

—Esta noche. A las doce. Oid: la hora se acerca. A la sazon daba el reloj los tres cuartos para las doce.

—Dispensadme si es que soy indiscreto, dijo Scrooge que consideraba atentamente la vestidura del espíritu: veo algo extraño que sale de debajo de vuestra túnica y que no es vuestro. ¿Es un pié ó una garra?

—Podria ser garra si se fuera á juzgar por la carne que la cubre, contestó es espíritu: mirad.

Y de los pliegues de la túnica sacó dos niños, dos míseros seres, que se arrodillaron á sus piés y se agarraron á su vestido.

—¡Oh, hombre! Mira, mira, mira á tus piés, exclamó el espíritu.

 

 

Eran un niño y una niña, amarillos, flacos, cubiertos de andrajos, de fisonomía ceñuda, feroz, aunque servil en su abyeccion. En vez de la graciosa juventud que hubiera debido hacer frescas y redondas sus mejillas, con hermosos colores, una mano seca y descarnada, como la del tiempo, las había puesto rugosas, escuálidas y descoloridas. Aquellos rostros, que hubieran podido asemejarse á los de los ángeles, parecian como de demonios, hasta en las miradas tan torvas que lanzaban. Ningun cambio, ninguna descomposicion de la especie humana, en ningun grado, hasta en los misterios más recónditos de la naturaleza, han producio mónstruos tan horrorosos y terribles.

Scrooge retrocedió, pálido y lleno de espanto. No queriendo ofender al espíritu, padre acaso de aquellos infelices seres, probó á decir que eran unos niños hermosos, pero las palabras se le detuvieron en la garganta por no hacerse cómplices de una mentira tan atroz.

—Espíritu, ¿son vuestros hijos?

Scrooge no pudo añadir más.

—Son los de los hombres, contestó el espíritu contemplándolos, y me piden auxilio para quejarse de sus padres. El de allá es la ignorancia; el de aquí la miseria. Preservaos del uno y del otro y de toda su descendencia; pero sobre todo del primero, porque sobre su frente veo escrito «¡Condenacion!» Apresúrate, Babilonia, continuó extendiendo la mano sobre la ciudad; apresúrate á que desaparezca esa palabra que te condena más que á él: á tí á la ruina, á él á la desdicha.¡Atrévete á decir que no eres culpable! Calumnia á los que te acusan: esto puede servir á tus aborrecibles designios; pero, ¡cuidado al fin!

 

—¿No poseen ningun recurso, ni cuentan con asilo? gritó Scrooge.

—¿No hay prisiones? respondió el espíritu devolviéndole irónicamente, y por la vez postrera, sus mismas frases.

En el reloj daban las doce.

Scrooge buscó al espectro, pero ya no lo vió. Al sonar la última campanada, hizo memoria de la prediccion del viejo Marley, y alzando la vista divisó otro aparecido de majestuosa apostura, envuelto en una túnica y encapuchado, que se acercaba deslizándose sobre el suelo vaporosamente.

 

Cuarta estrofa

El último de los espíritus

 

      Cuando llegó cerca de Scrooge, éste se arrodilló, experimentando el terror sombrío y misterioso que envolvía al espíritu.

Iba completamente envuelto en un largo ropaje que ocultaba su fisonomía, su cabeza y sus formas, no dejando ver más que una de sus manos tendida, sin lo cual hubiera sido muy difícil distinguir aquella figura en las densas sombras de la noche que le circundaban.

Cuando Scrooge estuvo á su lado vió que el aparecido era de estatura elevada y majestuosa, y que su misteriosa presencia lo llenaba de respetuoso temor; pero no supo más, porque el aparecido no hablaba ni hacía ningun movimiento.

—¿Estoy en presencia del espíritu de la Navidad por venir?

El espectro no contestó, limitándose á tener siempre la mano tendida.

 —¿Vais á mostrarme las sombras de las cosas que no han sucedido todavía, pero que sucederán con el tiempo?

La parte superior de la vestidura del fantasma se contrajo un poco, segun lo indicaron los pliegues al aproximarse como sí el espectro hubiera inclinado la cabeza. No dió otra respuesta.

 

Aunque hecho ya al comercio con los espíritus, Scrooge sentía tal pavor en presencia de aquel aparecido tan silencioso, que sus piernas temblaban y apenas disponia de fuerzas para sostenerse en pié cuando se veia obligado á seguirle. El espíritu, como si hubiera conocido la turbacion de Scrooge, se paró un momento como para darle lugar á que se repusiese.

Esto agitó más á Scrooge. Un vago escalofrío de terror le recorrió todo el cuerpo, al advertir que, bajo aquel fúnebre sudario los ojos del fantasma estaban constantemente fijos en él, y que, á pesar de todos sus esfuerzos, no podía ver más que una mano de espectro y una masa negruzca.

—Espíritu del porvenir, os temo más que á ninguno de los espectros que hasta ahora he visto. Sin embargo, como conozco que os hallais aquí por mi bien, y espero vivir de una manera muy diferente que hasta ahora, os seguiré adonde querais, con corazon agradecido. ¿No me hablareís?

 Ninguna respuesta. Tan sólo la mano hizo señal de ponerse en marcha.

—Guiadme, dijo Scrooge, guiadme. La noche avanza rápidamente y el tiempo es muy precioso para mí; lo sé. Espíritu guiadme.

El fantasma empezó á deslizarse como habia venido. Scrooge fué detrás de la sombra de la vestidura; parecíale que ésta lo levantaba y lo arrastraba.

No se puede decir que penetraran en la ciudad, sino que la ciudad surgió alrededor de ellos, rodeándolos con su movimiento y su agitacion. Estaban en el mismo centro de la City, en la Bolsa y con los negociantes que iban de un lado para otro de prisa, haciendo sonar el dinero en los bolsillos, agrupándose para entretenerse en negocios, mirando sus relojes y jugando distraidamente con la cadena, etc., como Scrooge los habia visto en todas ocasiones.

El espíritu se detuvo cerca de un pequeño grupo de capitalistas, y Scrooge, adivinando su intencion por la mano tendida, se acercó á escuchar.

 

—No… decía un señor alto y grueso de triple y canosa barba; no sé nada más; sé tan solamente que ha muerto.

—¿Cuándo?

—Anoche, segun creo.

—¿Cómo y de qué ha muerto? preguntó otro señor tomando una provision de tabaco de una enorme tabaquera. Yo me figuraba que no se moriría nunca.

—Dios solo lo sabe, dijo el primero bostezando.

—¿Qué ha hecho de su dinero? preguntó otro señor de rubicunda faz, que ostentaba en la punta de la nariz una enorme lupia colgante como el moco de un pavo.

—No lo sé, contestó el hombre de la triple barba, bostezando de nuevo. Tal vez lo haya dejado á su sociedad: de todas suertes no es á  á quien lo ha dejado: hé aquí lo único que sé.

Esta chanza fué recibida con una carcajada general.

—Es probable, continuó el mismo, que las sillas para los funerales no le cuesten nada, así como tampoco los coches, pues juro que no conozco á nadie que esté dispuesto á ir á semejante entierro. ¡Si fuéramos nosotros sin que nos convidaran!

—Me es indiferente con tal que haya refresco, dijo el de la lupia: yo quiero que me den de comer por ese trabajo.

—Ya veo, dijo el primer interlocuor, que soy más desinteresado que todos los presentes.

Yo no iría porque me regalaran guantes negros, pues no los gasto, ni proque me dieran de comer, pues no lo acostumbro en tales casos, pero sí como alguno quisiera acompañarme. ¿Sabeis por qué? Porque, reflexionando, me han asaltado dudas acerca de si yo era íntimo amigo suyo, á causa de que cuando nos encontrábamos teníamos la costumbre de detenernos para hablar un poco. Adios señores: hasta la vista.

 

 

El grupo se deshizo para constituir otros. Scrooge conocía á todos aquellos señores, y miró al espíritu para pedirle una explicacion acerca de lo que acababan de decir.

El espíritu se dirigió á otra calle, y mostró con el dedo dos individuos que se saludaban. Scrooge escuchó en la esperanza de descifrar aquel enigma.

Tambien los conocía. Eran dos negociantes ricos, muy considerados y en cuya estimacion creía estar bajo el punto de vista de los negocios, pero sencilla y puramente de los negocios.

—Cómo está Vd.?

—Bien y vos.

—Bien, gracias. Parece que el viejo Gobseck ha dado ya sus cuentas, eh….

—Me lo han dicho. Hace frio. ¿es verdad?

—Psch; como de la estacion: como de Navidad. Supongo que no patinais.

—No; tengo otras cosas en que pensar. Buenos dias.

Ni una palabra más. Así se encontraron, así se hablaron, y así se separaron.

 

A Scrooge le pareció, al principio, chocante que el espíritu atribuyese tanta importancia á conversaciones aparentemente tan triviales; pero convencido de que debian encerrar algun sentido oculto, empezó á discurrir sobre cuál sería éste, segun todas las probabilidades.

Era difícil que se refiriesen á la muerte de su antiguo socio Marley: á lo menos no parecia verosímil, porque el fallecimiento era suceso ya ocurrido, y el espectro ejercia jurisdiccion sobre lo porvenir; pero tampoco adivinaba quién pudiera ser la persona de él conocida, á la cual cupiese aplicar el acontecimiento. Sin embargo, íntimamente persuadido de que cualquiera que fuese la persona, debia encerrarse en aquello alguna leccion correspondiente á él y para su bien, determinó fijarse y recoger las palabras que oyese y las cosas quu presenciase, y particularmente observar con la más escrupulosa atencion su propia imágen cuando se le apareciese, penetrado de que la vista de ella le proporcionaría la llave del enigma haciéndole la solucion fácil.

 

Se buscó pues en aquel lugar, pero había alguien que ocupaba su sitio, el puesto á que más afecion tenía, y aunque el reloj indicaba la hora á que él iba, por lo comun, á la bolsa, no vió á nadie que se le pareciese en el gran número de personas que se apresuraban á entrar. Aquello le sorprendió poco, porque como desde sus primeras visiones había formado el propósito de cambiar de vida, se figuraba que su ausencia era prueba de haber puesta en ejecucion sus planes.

El aparecido se mantenía siempre á su lado inmóvil y sombrío. Cuando Scrooge salió de su ensimismamiento, se figuró, por la postura de la mano y por la posicion del espectro, que lo contemplaba fijamente, con mirada invisible. Esto le hizo estremecerse de piés á cabeza.

Abandonando el alborotado teatro de los negocios, se dirigieron á un barrio muy excéntrico de la ciudad, en donde Scrooge no habia estado nunca, pero cuya mala reputacion no le era desconocida. Las estrechas calles que lo constituian presentaban un cuadro de suciedad indescriptible, así como sus miserables tiendas y mansiones; los habitantes que moraban allí, el de seres casi desnudos, ébrios, descalzos, repugnantes. Las callejuelas y los sombríos pasadizos, como si fueran otras tantas cloacas, despedían sus desagradables olores, sun inmundicias y sus vecinos sobre aquel laberinto: aquel barrio era la guarida del crímen y de la miseria.

 

En lo más oculto de aquella infame madriguera, se veia una tienda baja y saliente, bajo un cobertizo, en la cual se vendia hierro, trapos viejos, botellas viejas, huesos y trozos de platos de la comida del dia precedente. Sobre el piso de un compartimiento interior habia, amontonados, clavos, llaves herrumbrosas, cadenas, goznes, limas, platillos de balanzas, pesos y toda clase de ferretería.

En aquellos hacinamientos asquerosos de grasas corrompidas, de huesos carcomidos, se encerraban, acaso, muchos misterios que pocas personas hubieran tenido valor para indagar. Sentado en medio de aquellas mercancías con las que comerciaba, cerca de un fogon hecho de ladrillos ya usados, se veia un mugriento bribon, con los cabellos ya blancos por la edad (contaba setenta años), abrigándose contra el aire exterior por medio de un cortinaje grasiento, formado de retales despareados, sujetos á un cordel, fumando en pipa y saboreando con placer el deleite de su apacible soledad.

Scrooge y el espectro se colocaron enfrente de aquel hombre, en el momento en que una mujer, portadora de un grueso paquete, se escurría á la tienda. Apenas penetró fué seguida de otra cargada de la misma manera, y ésta de un hombre vestido de un traje negro y muy raido, cuyo hombre se sorprendió al verlas, como ellas al verle. Despues de algunos momentos de estupefaccion de todos ellos, estupefaccion de que tambien participó el hombre de la pipa, se echaron á reir.

 —Que pase primeramente la asistente, dijo la segunda mujer: despues vendrá la lavandera y últimamente el encargado de las pompas. ¿Qué opinais, honrado tendero? ¡Por cierto que es casualidad! No parece sino que nos hemos dado cita los tres.

—No podiais haber escogido mejor lugar, dijo el tendero quitándose la pipa de la boca. Entrad en el salon. Hace tiempo que tienes facultad para entrar aquí libremente; los otros dos tampoco son extraños. Aguardad á que cierre la puerta de la tienda. ¡Cómo chirrian los goznes! Creo que no existe aquí ningun hierro más viejo que ellos, como no hay en el almacen, y de esto me considero muy seguro, otras osamentas más añejas que las mias. ¡Ah, ah! Todos nos hallamos en consonancia con nuestra condicion: hacemos un buen juego. Entrad.

El salon lo constituia el espacio que estaba separado de la tienda por la cortina de retales. El viejo tendero removió el fuego con una barra de hierro rota, procedente de una barandilla de escalera; y despues de haber reanimado su humosa lámpara (porque ya era de noche) con la boquilla de la pipa, puso de nuevo esta en la boca.

 

Mientras que de este modo cumplia con los deberes de la hospitalidad, la mujer que habia hablado la primera, dejó su paquete en el suelo, y se sentó con aire negligente en un taburete, colocando los codos sobre las rodillas, y landando una mirada de desafío á los otros dos concurrentes.

—Bueno. ¿Qué tenemos? ¿Qué hay señora Dilber? dijo encarándose con la otra. Todas tenemos el derecho de pensar en nosotros mismos. ¿Ha hecho otra cosa él durante su vida?

—En verdad, dio la lavandera: ninguno tanto como él.

—Pues bueno: entonces no teneis necesidad de estaros ahí, abriendo de tal modo los ojos, como si os dominara el miedo; somos lobos de una camada.

—De seguro, exclamaron la Dilber, y el saltatumbas: en ese convencimiento estamos.

—Pues no hay más que decir: estamos como queremos. No hay que buscar tres piés al gato. Y luego ¡vaya un mal! ¿A quién se le causa perjuicio con esas fruslerías? De seguro que no es al muerto.

—¡Oh, en verdad que no! dijo riéndose la Dilber.

—Si queria guardarlos ese tio roñoso para despues de su fallecimiento, continuó la mujer, ¿por qué no ha hecho como los demás? No necesitaba más que haber llamada á una enfermera para que lo cuidase, en vez de morirse en un rincon abandonado como un perro.

—Es la pura verdad, ratificó la Dilber: tiene lo que merece.

—Hubiera querido que el lance no le saliera tan barato, continuó la primera mujer: os aseguro que á estar en mi mano no hubiera perdido la ocasion de coger algo más.

 

 

Desliad el paquete, tendero, y decid francamente lo que vale. No tengo reparo en que lo vean. Los tres sabíamos antes de penetrar aquí la clase de negocios que hacemos. No hay ningun mal en ello.

Pero se entabló un pugilato de cortesía. Los amigos de aquella mujer no quisieron, por delicadeza, que fuese la primera, y el hombre del traje negro tuvo la primacía en desatar su lio… No guardaba mucho. Un sello ó dos; un lapicero; dos gemelos de camisa; un alfiler de muy poco valor; esto era todo. Los objetos fueron examinados minuciosamente por el viejo tendero, quien iba marcando en la pared con una tiza la cantidad que pensaba dar por cada uno de ellos terminado el exámen hizo la suma.

—Hé ahí, dijo, lo que valen. No daría ni tres cuartos más aunque me tostaran á fuego lento. ¿Qué hay despues de esto?

Tocaba la vez á la Dilber. Enseñó sábanas, servilletas, un traje, dos cucharillas de plata de forma antigua; unas tenacillas para el azúcar y algunas botas. El tendero hizo la cuenta como antes.

—Siempre pago de más á las señoras. Es una de mis debilidades, y por eso me arruino, dijo el tendero. Hé ahí vuestra cuenta. Si me pedís un cuarto más y entramos en cuestion, me desdiré, y rebajaré algo del primer propósito que he tenido.

—Ahora desliad mi paquete, dijo la primera mujer.

 

El tendero se arrodilló para mayor comodidad, y deshaciendo una porcion de nudos, sacó del lio una gruesa y pesada pieza de seda oscura.

—¿Qué es esto? preguntó. Son cortinas de cama.

—Sí, contestó riendo la mujer é inclinando el cuerpo sobre sus cruzados brazos. Cortinas de cama.

—No es posible que las hayas quitado, con anillos y todo, mientras que él estaba todavía en la cama, observó el tendero.

—Sí; ¿por qué no?

—Entonces has nacido para ser rica y lo serás.

—Te aseguro que no vacilaré en echar mano sobre cualquier cosa tratándose de ese hombre: te lo aseguro, amigo, ratificó con la mayor sangre fria. Ahora cuidado que no caiga aceite sobre los cobertores.

—¿Los cobertores? ¿De él? preguntó el tendero.

—De quién habian de ser? ¿Tienes miedo de que se constipe por haberle despojado de ellos?

—Pero confio en que no habrá muerto de alguna enfermedad contagiosa. ¿Eh? preguntó el tendero parando en el exámen y levantando la cabeza.

—No tengais miedo. A ser así no hubiera yo permanecido en su compañía por tan mezquinas utilidades. Puedes examinar esa camisa hasta que te se salten los ojos. No encontrarás ni el más pequeño agujero: ni siquiera está usada. Era la mejor que tenía y en verdad que no es mala. Ha sido una dicha que yo me hallase allí, porque si no se hubiera perdido.

 

—¿Cómo?

—Lo hubieran enterrado con ella. No hubiera faltado alguno bastante tondo para hacerlo; por eso me ha apresurado á quitársela. El percal es suficientemente bueno para tal uso: si no es útil para ese servicio, entonces ¿de qué sirve el percal? Es bueno para envolver cadáveres, y en cuanto á la elegancia, no estará más feo el cuerpo de ese tio dentro de una camisa de percal que dentro de una de hilo: es imposible.

—Scrooge escuchaba lleno de horror aquel infame diálogo. Aquellos seres sentados, ó por mejor decir, agachados, sobre su presa, apretados unos contra otros á la pálida luz de la lámpara del tendero, le producía un sentimiento de odio y de asco, tan vivo como si hubiera visto á codiciosos demonios disputándose el mismo cadáver.

—¡Ah, ah! continuó riendo la mujer, viendo que el tendero, sacando un taleguillo de franela, daba á cada uno, contándola en el suelo, la parte que le correspondía. Esto es lo mejor. Mientras vivió, todo el mundo se alejó de él, y así cuando ha muerto hemos podido aprovecharnos de sus despojos. Ja, ja, ja.

—Espíritu, dijo Scrooge, estremeciéndose: comprendo: comprendo. La suerte de ese infortunado podria alcancarme á mi tambien. A eso llego quien sigue la conducta que yo… ¡Señor Misericordia! ¿Qué es lo que veo?

—Y retrocedió lleno de horror, porque habiendo cambiado la escena, se vió cerca de un lecho, de un lecho despojado, sin cortinajes, sobre el cual, y cubierto con una sábana desgarrada, habia algo que en su mudo silencio, hablaba al hombre con aterradora elocuencia.

 

El aposento estaba muy oscuro, demasiado oscuro para que se pudiera ver con exactitud lo que allí habia, por más que Scrooge obedeciendo á un misterioso impulso, paseaba por aquella estancia sus inquietas miradas, deseoso de averiguar lo que aquello era. Una luz pálida que venía del exterior, alumbraba directamente el lecho donde yacía el muerto, robado, abandonado por todo el mundo, junto al cual no lloraba nadie, ni rezaba nadie.

Scrooge miró al aparecido, cuya mano fatal señalaba á la cabeza del cadáver. El sudario habia sido puesto tan descuidadamente, que hubiera bastado el más pequeño movimiento de su cuerpo para descubrirle la cara. Scrooge advirtió lo fácil que era hacerlo, y aun lo intentó, pero no se encontró con vigor para ello.

—«¡Oh fria, fria, terrible, espantosa muerte! ¡Tú puedes levantar aquí tus altares y rodearlos de todos los horrores que tienes á mano, porque estos son tus dominios. Pero cuando se trata de una persona querida y estimada, ni uno de sus cabellos puede servir para que ostentes tus tremebundas enseñanzas, ni hacer odioso ninguno de los rasgos del muerto. Y no es que esntonces no caiga su mano pesadamente si lo quieres así; no es que el corazon no deje de latir, pero aquella mano fué en otro tiempo dadivosa y leal; aquel corazon animoso y honrado: un verdadero corazon de hombre.

 

 

Hiere, hiere, despiadada muerte: harás brotar de la herida del muerto las generosas acciones de éste; la honra de su efimera vida; el retoño de su existencia imperecedera.

Ninguna voz promunció al oido de Scrooge estas palabras, y sin embargo, él las oyó al contemplar al lecho. «Si este pudiera revivir, reflexionaba Scrooge, ¿qué diria ahora de sus pesados propósitos? Que la avaricia, la dureza del corazon, el afan de lucro ¡laudables propósitos! le habian conducido á una triste muerte. Ahí yace en esta mansion tan sombría y desierta.

No hay ni un hombre, ni una mujer, ni un niño que puedan decir:—Fué bueno para mí en tal circustancia; yo lo seré ahora para él en memoria de su beneficio.—Sólo turbaban aquel glacial silencio un gato que arañaba en la puerta, y el ruido de las ratas que bajo la piedra de la chimenea roian algo. ¿Qué iban á buscar en aquella habitacion mortuoria? ¿Por qué demostraban tanta avidez y tanta exitacion? Scrooge no se atrevió á pensar.

 

—Espíritu, dijo: este sitio es verdaderamente espantoso. No olvidaré, al abandonarlo, la leccion que he recibido en él: creedlo así: marchemos.

El aparecido continuaba señalándole la cabeza del cadáver.

—Os comprendo, y lo haría como me encontrara con fuerzas para ellos, mas no las tengo.

El fantasma lo miró entonces con mayor fijeza.

—Si hay alguna persona en la ciudad que experimente alguna emocion penosa á consecuencia de la muerte de ese hombre, dijo Scrooge con mortal agonía, mostrádmela espíritu; os conjuro á ello.

El fantasma extendió un momento su negra vestidura por encima de él y recogiéndola despues, le presentó una sala iluminada por la luz del dia, donde se encontraban una madre y sus hijos.

Esperaba á alguien llena de impaciencia y de inquietud, porque no hacía más que ir de un lado á otro de la habitacion, estremeciéndose al más pequeño ruido, mirando por la ventana ó al reloj, haciendo por coser para distraerse, y pudiendo sufrir apenas la voz de sus hijos que jugaban.

Por fin oyó el aldabonazo tan esperado y fué á abrir. Era su marido, hombre aun jóven, pero de fisonomía ajada por los sufrimientos, si bien entonces revestía un aspecto particular como de amarga satisfaccion que le produjera vergüenza y que tratara de reprimir.

 

Tomó asiento para comer lo que su esposa le habia guardado junto al fuego, y cuando ella le preguntó, al cabo de rato de silencio, con desmayado acento: «¿Qué noticias» él no quería responder.

—¿Son buenas ó malas? insistió ella.

—Malas.

—¿Estamos completamente arruinados?

—No, Carolina: todavía queda una esperanza.

—Si él se ablanda. En ocurriendo tal milagro se puede esperar todo.

—No puede enternecerse: ha muerto.

Aquella mujer era una criatura dulce y resignada. No habia más que verla para reconocerlo desde luego, y sin embargo, al oir la noticia, no pudo menos de bendecir en lo profundo de su alma á Dios y aun de decir lo que pensaba. Despues se arrepintió y demandó gracia por su malvada idea, mas el primer arranque fué el espontáneo.

—Lo que me dijo aquella mujer medio borracha, de quien os he hablado, á propósito de la tentativa que hice para verle y conseguir de él un nuevo plazo era cierto no era una evasiva para ocultarme la verdad. No solamente estaba enfermo, sino moribundo.

 

—¿A quién será endosada nuestra deuda?

—Lo ignoro; pero antes de que termine el plazo espero tener con que pagarla, y aun cuando no sucediera de este modo, sería el exceso de la desdicha que tropezáramos con un acreedor de corazon tan duro. Esta noche podemos dormir más tranquilos.

Sí: á pesar de ellos mismos, sus corazones se sentian satisfechos. Los niños, que se habían agrupado cerca de sus padres para oír aquella conversacion de la que nada comprendían, manifestaban en sus rostros estar más alegres: ¡la muerte de aquel hombre devolvía un poco de felicidad á una familia! La única emocion que el fallecimiento habia causado era una emocion de placer.

—Espíritu, dijo Scrooge: hacedme ver una escena de ternura íntimamente ligada con la idea de la muerte, porque si no aquella estancia tan sombría que me habeis presentado, estará siempre presente en mi memoria.

El aparecido lo condujo por diferentes calles, y á medida que adelantaban, Scrooge iba mirando á todos lados con la esperanza de contemplar su imágen, pero no la vió. Entraron en la habitacion de Bob Cratchit, la misma que Scrooge habia visitado antes, y allí encontraron á la madre y á sus hijos sentados alrededor del fuego.

 

 

Estaban tranquilos, muy tranquilos, inclusos los enredadores pequeños. Todos escuchaban á Pedro el hermano mayor, quien leia en un libro, mientras que la madre y las hermanas se entregaban á la costura. ¡Aquella familia estaba positivamente tranquila!

«Y tomando de la mano á un niño, lo puso en medio de ellos.»

¿Dónde habia oido Scrooge aquellas palabras? De seguro que no las habia soñado. Por fuerza debió ser el lector quien las pronunciara en alta voz, cuando Scrooge y el espíritu atravesaron los umbrales. ¿Por qué se habia interrumpido la lectura?

La madre colocó su tarea sobre la mesa y se cubrió la cara con las manos.

—El color de esta tela me hace daño á la vista, dijo.

—¿El color? Ah pobre Tiny.

 —Ahora tengo mejor los ojos. Sin duda la luz artificial me los cansa, pero no quiero á ningun precio que vuestro padre lo eche de ver. No debe tardar mucho, porque, ya está próxima la hora.

—Ha pasado ya, repuso Pedro cerrando al mismo tiempo el libro. He advertido que anda más despacio hace unos dias.

La familia volvió á su anterior silencio y á su inmovilidad. Pasando un rato la madre tomó otra vez la palabra con voz firme, cuyo tono festivo no se alteró más que una vez.

—Hubo un tiempo en que iba de prisa; demasiado tal vez, llevando á Tiny en los hombros.

—Yo lo he visto, continuó Pedro; y á menudo.

—Y yo tambien, continuaron todos.

—Pero Tiny posaba poco, añadió la madre siguiendo en su tarea; y luego lo quería tanto su padre, que no era ningun trabajo para éste. Pero ahi le tenemos.

Y corrió á recibirlo. Bob entró arrebujando en su tapaboca: bien necesitaba descansar aquel pobre hombre. Tenía preparado su thé puesto al fuego, y hubo lucha sobre quién le serviría primero. Sobre sus rodillas se pusieron los dos niños, y ambos aplicaron sus mejillas á las de su padre como diciéndole: «Olvidadle padre; no esteis triste.»

 

Bob se manifestó muy alegre con todos. A todos les dedicó un chiste. Examinó la obra de Mrs. Cratchit y sus hijas y la elogió mucho.

—Esto lo acabareis antes del domingo.

—¡El domingo! ¿Habeis ido hoy? le preguntó su esposa.

—Sí, querida mia. De consertirlo esos trabajos que llevais, hubiera deseado que viniérais conmigo. No puedes figurarte qué verde está el sitio. Pero lo visitareis con frecuencia. Le prometí que iria á pasear un domingo….. ¡Oh hijo mio! exclamó Bob; ¡pobre hijo mio!

Y rompió á sollozar sin poder contenerse. Para contenerse hubiera sido necesario que no acabara de experimentar la pérdida de su hijo.

Salió de la sala y subió á una del piso superior, vistosamente alumbrada y llena de guirnaldas, como en tiempo de Navidad. Allí habia una silla colocada junto á la camita del niño, en la que se veian señales indudables de que alguno acababa de ocuparla. El pobre Bob se sentó tambien, y cuando hubo reflexionado un poco, y calmándose, imprimió un beso en la frente del niño: con esto se resignó algo y bajó de nuevo casi feliz….. en la apariencia.

 

La familia le rodeó y entablaron conversaciones: la madre y las hijas trabajaban siempre. Bob les habló de la singular benevolencia con que le habia hablado el sobrino de Mr. Scrooge, persona á quien apenas trataba, el cual habiéndole encontrado aquel dia y viéndole un poco….. un poco….. abatido; ya sabeis: quiso averiguar, lleno del mayor interés, lo sucedido. Por este motivo, y observando que era el señor más afable del mundo, le he contado todo.—Siento mucho lo que me acabais de referir, señor Cratchit, me ha dicho; por vos y por vuestra excelente esposa. A propósito: ignoro cómo ha podido saber él eso.

—Saber ¿qué?

—Que sois una excelente mujer.

—¡Pero si eso lo sabe todo el mundo! dijo Pedro.

—Muy bien contestado, hijo mio, exclamó Bob. «Lo siento, me ha dicho, por vuestra excelente esposa, y si puedo seros útil en algo, añadió entregándome una tarjeta, hé aquí mis señas. Os ruego que vayais á verme». Estoy entusiasmado, no sólo por lo que espero que haga en favor nuestro, sino por la amabilidad con que se ha explicado. Parecia sentir la desgracia de Tiny como si lo hubiera conocido; como nosotros mismos.

 

—Estoy segura de que abriga un buen corazon, dijo Mrs. Cratchit.

—Aun estaríais más segura si lo hubiérais visto y hablado. No me sorprendería, fijaos bien, que proporcionase á Pedro mejor empleo que el que tiene.

 —¿Oís Pedro? preguntó Mrs Cratchit.

—Entonces, dijo una de las jóvenes, Pedro se casaria, estableciéndose por su cuenta.

—Vete á paseo, dijo Pedro, haciendo una mueca.

—¡Caramba! Eso puede ser ó no puede ser: tantas probabilidades hay para lo uno como para lo otro, observó Bob. Es cosa que puede suceder el dia menos pensado, aunque hay tiempo para reflexionar sobre ello, hijo mio. Pero sea lo que quiera, espero que cuando nos separemos, ninguno de vosotros olvidará al pobre Tiny ¿No es verdad que ninguno de nosotros olvidará esta primera separacion?

—Nunca, padre mio, gritaron todos á la vez.

—Y estoy convencido, continuó Bob, de que cuando nos acordemos de lo dulce y paciente que era, aunque no pasaba de ser un niño, un niño bien pequeño, no reñiremos unos contra otros, porque esto seria olvidar al pobre Tiny.

—No, nunca; dijeron todos.

—Me haceis dichoso: verdaderamente dichoso.

—Mrs. Cratchit lo abrazó; sus hijas lo abrazaron; los pequeños Cratchit lo abrazaron; Pedro lo estrechó tiernamente. Alma de Tiny: en tu esencia infantil eras como una emanacion de la divinidad.

—Espectro, dijo Scrooge, presiento que la hora de nuestra separacion se acerca. Lo presiento sin saber cómo se verificará. ¿Dime quién era el hombre á quien hemos visto tendido en su lecho de muerte.

 

El aparecido lo transportó como antes, (aunque en una época diferente, pensaba Scrooge, porque las últimas visiones se confundian en su memoria: lo que notaba claramente era que se referian al porvenir) á los sitios donde se congregaban los negociantes, pero sin mostrarle su otro yo. No se detuvo allí el espíritu, sino que anduvo muy de prisa, como para llegar más pronto adonde se proponia, hasta que Scrooge le suplicó que descansaran un momento.

—Este patio que tan de prisa atravesamos, dijo Scrooge, es el centro donde he establecido mis negocios. Reconozco la casa: dejadme ver lo que seré un dia.

El espíritu se detuvo, pero con la mano señalaba á otro punto.

—Allá bajo está mi casa; ¿por qué me indicais que vayamos más lejos?

El espectro seguia marcando inexorablemente otra direccion. Scrooge corrió á la ventana de su despacho y miró al interior. Era siempre su despacho, más no ya el suyo. Habia diferentes muebles y era otra persona que estaba sentada en el sillon: el fantasma seguia indicando otro punto.

 

 

Scrooge se le unió, y preguntándose acerca de lo que habia sucedido, echó tras de su conductor hasta que llegaron á una verja de hierro. Antes de entrar observó alrededor de sí.

Era un cementerio. Allí, sin duda, y bajo algunos piés de tierra, yacia el desdichado cuyo nombre queria saber. Era un hermoso sitio, á la verdad, cercado de muros, invadido por el césped y las hierbas silvestres; en donde la vejetacion moria por lo mismo que estaba excesivamente alimentada; ¡hasta el aseo con la abundancia de despojos mortales que allí había! ¡Oh qué hermoso sitio! El espíritu, de pié en medio de las tumbas, indicó una de estas, y Scrooge se acercó temblando. El espíritu era siempre el mismo, pero Scrooge creyó notar en él algo de un nuevo y pavoroso augurio.

—Antes de que dé un paso hácia la losa que me designais, satisfaced, dijo, la siguiente pregunta: ¿Esta es la imágen de lo que ha de ser ó de lo que puede ser?

El espíritu se limitó á bajar la mano en direccion á una losa próximos á la cual se hallaban.

—Cuando los hombres se comprometen á ejecutar algunas resoluciones, por ellas pueden conocer el resultado de las mismas; pero si las abandonan, el resultado puede ser otro. ¿Sucede lo mismo en los espectáculos que representais á mi vista?

 

El mismo silencio. Scrooge se arrastró hácia la tumba poseido de espanto, y siguiendo la direccion del dedo del fantasma leyó sobre la piedra de una sepultura abandonada:

EBENEZER SCROOGE

—¿Soy yo, el hombre á quien he contemplado en su lecho de muerte? preguntó cayendo de rodillas.

El espíritu señaló alternativamente á él y a la tumba; á la tumba y á él.

—No, espíritu: no, no.

El espíritu continuó inflexible.

—Espíritu, gritó, agarrándose á la vestidura; escúchame. Ya no soy el hombre que era, y no seré el hombre que hubiera sido, á no tener la dicha de que me visitárais. ¿Para qué me habeis enseñado esto si no hay ninguna esperanza?

Por primera vez la mano hizo un movimiento.

—Buen espíritu, continuó Scrooge siempre arrodillado y con la cara en tierra; interceded por mí; tened piedad de mí. Aseguradme que puedo cambiar esas imágenes que me habeis mostrado, mudando de vida.

La mano se agitó haciendo un ademan de benevolencia.

 

—Celebraré la Navidad en el fondo de mi corazon, y me esforzaré en conservar su culto todo el año. Viviré en el pasado, en el presente y el porvenir: siempre estarán presentes en mi memoria los tres espíritus y no olvidaré sus lecciones. ¡Oh! Decidme que puedo borrar la inscripción de esta piedra.

Y en su angustia cogió la mano de aparecido, quien quiso retirarla, pero no pudo al pronto por el vigoroso apreton de Scrooge: al fin, como más fuerte, se desasió.

Alzando las manos en actitud de súplica para que cambiase la suerte que le aguardaba, Scrooge notó una alteracion en la vestidura encapuchada del espíritu, el cual disminuyendo de estatura, se desvaneció en sí mismo, trocándose en una columna de cama.

 

Quinta estrofa

Conclusion

 

      Y era una columna de cama.

Sí, y de su cama. Y mas aún; estaba en su cuarto. El mañana era suyo y podia enmendarse.

—Quiero vivir en lo pasado, en el presente y en el porvenir, repitió Scrooge, echándose fuera de la cama. Las lecciones de los tres espíritus permanecerán grabadas en mi memoria. ¡Oh Jacobo Marley! ¡Benditos sean el cielo y la tierra por sus beneficios! Lo digo de rodillas, mi viejo Marley; sí, de rodillas.

Y se encontraba tan animado, tan enardecido con sus buenos propósitos, que su voz, ya cascada, apenas bastaba para ex presar el sentimiento que se los infundia. De tanto sollozar en su lucha con el espíritu, las lágrimas inundaban su rostro.

 —No los han arrancado, no, decía Scrooge abrazándose á los cortinajes del lecho; no: ni los anillos. Están aquí. Las imágenes de las cosas que hubieron podido suceder, pueden tambien desvanecerse; se disiparán; ya lo sé.

Sin embargo no acertaba á vestirse. Se ponia al revés las prendas, volviéndolas en todos sentidos, sin atinar; en su turbacion rompía las calcetas y las dejaba caer, haciéndolas cómplices de toda suerte de extravagancias.

—No sé lo que me hago, exclamó riendo y llorando á la vez, y representando con su apostura y sus calcetas el grupo del Laocoonte antiguo y sus serpientes. Noto en mí la ligereza de una pluma; que soy felicísimo como los ángeles, alegre como un estudiante y aturdido como un hombre ébrio. ¡Felices Pascuas á todo el mundo! ¡Bueno, dichoso año para todos! Hola, eh, eh, hola.

Y dando saltos se dirigió desde la alcoba hasta el salon, hasta que le faltó el aliento.

—Hé ahí el perolillo con el cocimiento de avena, exclamó volviendo á los saltos delante de la chimenea. Hé ahí la ventana por donde ha entrado el espíritu de Marley. Hé ahí el rincon donde se ha sentado el espíritu de la Navidad actual. Hé ahí la ventana desde donde he visto las almas en pena. Todo está en su sitio: todo ha sucedido…. Já, já, já.

 Y á la verdad que para un hombre tan desacostumbrado á ella, la risa tenía mucho de magnífica, de esplendorosa: era una risa productora de muchas y muchas generaciones de estrepitosas risas.

—No sé á qué dia del mes estamos, continuó Scrooge. No sé cuánto tiempo he permanecido con los espíritus. No sé nada; estoy como un niño. Pero no me importa. Desearia serlo, sí; un niño. Eh, hola, upa, hola.

El alegre repiqueteo de las campanas de las iglesias le sorprendió en medio de sus arrebatos.

—¡Oh! hermoso, hermoso.

Fué á la ventana, la abrió y miró hácia la atmósfera. Nada de niebla.

Un frio vivo y penetrante; uno de esos frios que alegran y entonan; uno de esos frios que hacen circular la sangre en las venas con desusada rapidez; un sol de oro; un cielo brillante. ¡Hermoso, hermoso!

—¿En qué dia estamos? preguntó Scrooge á un jovencillo muy bien puesto, y qe se habia parado sin duda para contemplar á Scrooge.

—¿Eh? preguntó el jovencillo admirado.

—¿Que en qué dia estamos?

—¿Hoy? Pues en el primero de Navidad.

—¡El primer dia de Navidad! ¡Luego no falto á él! Los espíritus lo han hecho todo en una noche. Pueden hacer lo que se les antoje. ¡Quién lo duda! Eh, jóven.

 

—¿Qué hay?

—¿Sabes la tienda del comerciante de volatería que está en la esquina de la segunda calle?

—Sí, por cierto.

—Hé ahí un chico muy inteligente; un jóven notable. ¿Sabes si han vendido la hermosa pava que tenian ayer de muestra? No la pequeña, la grande.

—¿La que es casi tan grande como yo?

—Cuidado que es encantador ese jóven. Da gusto hablar con él. Sí, esa.

—Todavía está.

—Entonces vé a buscarla.

—¡Qué chusco es el hombre!

—No; hablo formalmente. Vé á comprarla, y dí que me la traigan: yo les daré las señas de la casa adonde han de llevarla. Ven con el mozo y te daré un chelin. Mira: si vienes antes de cnco minutos, te daré más.

Y el jovencillo salió como un rayo. No habría arquero que despidiese con tanta rapidez la saeta.

—La enviaré á casa de Bob Cratehit, dijo Scrooge frotándose las manos y riendo. No sabrá quién la remite. Es dos veces más grande que Tiny. Estoy seguro que agradará la broma.

 

Escribió las señas con mano no muy firme, pero las escribió como le fué posible y bajó á abrir la puerta de la calle para recibir al mozo portador. Mientras se encontraba allí aguardando, fijó sus miradas en el aldabon.

—Te querré siempre, dijo acariciándole con la mano. ¡Y yo que nunca reparaba! Ya lo creo. ¡Qué expresion de honradez en la fisonomía! ¡Ah, excelente aldabon! Pero ya tenemos aquí la pava. Hola, hola. ¿Qué tal estais? Felices Pascuas.

¿Era aquello una pava? no, no es posible que hubiera podido sostenerse jamás sobre las patas semejante ave; las hubiera tronchado en menos de dos minutos como si fueran barras de lacre.

—Ahora caigo en la cuenta, dijo Scrooge. No podeis llevarla tan lejos sin tomar un simon.

La risa con que pronunció estas palabras, la risa con que acompañó el pago del ave la risa con la que dió el dinero para el coche, y la risa con que, además gratificó al jovencillo, no fué sobrepujada más que por la estrepitosa risa con que se sentó en su sillon sin fuerzas, sin aliento.

 

 

No pudo afeitarse con facilidad, porque su mano continuaba temblando, y esta operacion exige gran cuidado, aunque no se ponga uno precisamente á bailar al ejecutarla. Sin embargo, aunque se hubiese cortado la punta de la nariz, con ponerse un pedazo de tafetan inglés, hubiera salido del paso sin perder por eso su buen humor.

Se vistió con todo lo mejor que tenía, y una vez hecho, salió á pasear por las calles. Estaban henchidas de gentes, como cuando las vió en compañía del espíritu de la Navidad actual. Iba andando con las manos atrás, y mirando á todos con aire de satisfecho. Denotaba su aspecto tan grande simpatía, que tres ó cuatro jóvenes alegres no pudieron menos de decirle: «Muy buenos dias caballero, felices Páscuas.» Scrooge afirmaba despues que de todos los sones agradables que habia oido, éste le pareció sin género de duda el que más.

Al poco rato divisó al caballero de fisonomía distinguida, que habia estado á verle la noche anterior, á verle en su despacho, preguntándole: «¿Scrooge y Marley?» A su vista experimentó un dolor penetrante en el corazon, pensando en la mirada que iba á dirigirle aquel caballero cuando lo viera; mas pronto comprendió lo que debia hacer, y apresurando el paso para estrechar la mano de aquel caballero, le dijo:

—Señor mio ¿cómo estais? Espero que habreis obtenido un magnífico resultado ayer. Es una tarea que os honra. Felices Pascuas.

—¿Mr. Scrooge?

—Sí señor, es mi nombre. Me temo que no suene muy agradablemente en vuestros oidos. Permitidme que me disculpe. ¿Tendríais la bondad…? (Entonces Scrooge le dijo unas palabras al oído.)

 

—¡Dios mio! ¿Es posible? exclamó el caballero atónito. Sr. Scrooge ¿hablais formalmente?

—No lo dudeis, ni un octavo menos. No hago más que pagar lo atrasado: os lo aseguro. ¿Quereis hacerme ese favor?

—Señor, replicó el caballero apretándole la mano cordialmente: no sé como ensalzar tanta munifi…

—Ni una palabra más, se lo suplico, interrumpió Scrooge. Venid á verme. ¿Quereis venir a verme?

—Ciertamente, exclamó el caballero.

A no dudarlo era su intención, se conocia en su aspecto y en el tono de voz.

—Gracias, dijo Scrooge, os estoy muy reconocido y os doy miles de gracias. Adios.

Entró en la iglesia, recorrió las calles, examinó las gentes que iban y venian presurosas, dió cariñosos golpecitos á los niños en la cabeza, preguntó á los mendigos acerca de sus necesidades; miró curiosamente á las cocinas de las casas y después á los balcones: todo cuanto veia le causaba placer. Nunca hubiera creido que un sencillo paseo, una cosa de nada, le reportara tanta dicha. Despues de medio dia se dirigió á casa de su sobrino.

 Pasó y repasó varias veces por delante de la puerta antes de decidirse á entrar. Por fin se resolvió y llamó.

—¿Está el señor en casa, hermosa jóven? preguntó Scrooge á la criada. Pues señor, es una real hembra.

—Sí, señor.

—¿Dónde se halla, prenda?

—En el comedor, con la señora. Si quereis os conduciré.

—Gracias: me conoce, repuso Scrooge acercándose á la puerta del comedor: voy á entrar.

Abrió el picaporte suavemente y asomó la cabeza por la puerta. La pareja estaba entonces inspeccionando la mesa (dispuesta para una gran comida), porque los jóvenes recien casados son muy quisquillosos acerca de la elegancia en el servicio; quieren cerciorarse de que todo va como corresponde.

—Federico, dijo Scrooge.

¡Dios del cielo! ¡Qué temblor la entró a su sobrina! Scrooge habia olvidado, en aquel momento, cómo se hallaba pocas horas su sobrina sentada en un rincon y con los piés en un taburete, si no no hubiera entrado de aquel modo: no se hubiera atrevido.

—¿Quién anda ahí? preguntó Federico.

—Soy yo, tu tio Scrooge, vengo á comer: ¿Me permites que entre?

—¡Que si se lo permitia! A poco más le descoyunta el brazo para hacerle entrar. A los cinco minutos ya estaba Scrooge como en su casa. El recibimiento del sobrino fué cordialísimo; la sobrina imitó el ejemplo, así como Topper cuando llegó, la regordetilla cuando entró y los restantes convidados cuando entraron. ¡Qué admirables compañía! ¡Qué admirables juegos! ¡Qué admirable unanimidad! ¡Qué ad…mi…ra…ble dicha!

 

 

Al dia siguiente Scrooge se fué temprano á su almacen; muy temprano. ¡Si pudiera llegar antes que Bob Cratchit y sorprenderle en falta de tardanza! Era lo que le tenía preocupado más agradablemente.

Y lo consiguió: sí, tuvo ese placer. El reloj dió las nueve y Bob no aparecia. Nueve y cuarto y tampoco. Bob llegó con dieciocho minutos y medio de retraso. Scrooge estaba sentado y tenía la puerta de su despacho de par en par, para ver á Bob cuando se deslizara hasta su cuchitril.

Antes de abrirlo Bob se habia quitado el sombrero, despues el tapaboca y en un abrir y cerrar de ojos se instaló en su banqueta y se puso á manejar la pluma como si quisiera reintegrarse del tiempo perdido.

—Hola, refunfuñó Scrooge imitando lo mejor que pudo su tono habitual: ¿qué significa eso de venir tan tarde?

—Lo siento mucho señor Scrooge. He venido algo tarde.

—¿Tarde? Ya lo creo. Aproximaos si gustais.

 —No sucede más que una vez al año, señor Scrooge, dijo tímidamente Bob saliendo de su cuchitril. No me sucederá otra vez. Ayer me divertí un poco.

—Muy bien, pero os declaro, amigo, que no puedo consentir que las cosas sigan así mucho tiempo. En su virtud, dijo, levantándose de la banqueta y dando un terrible empujon á Bob, que casi lo hizo caer; en su virtud os aumento el sueldo.

 

Bob tembló y puso mano a la regla de la bufete.

Al principio tuvo el propósito de sacudir á su principal, de cogerle por el cuello y de pedir socorro á los transeuntes para que le pusieran una camisa de fuerza.

—Felices Pascuas, Bob, dijo Scrooge con aire muy formal y dándole golpecitos en la espalda, de modo que el favorecido ya no tuvo dudas. Felices Pascuas, Bob, mi honrado compañero; tanto más felices cuanto que nunca os las he deseado. Voy á aumentaros el sueldo y á proteger á vuestra laboriosa familia. Hoy, después de medio dia discutiremos acerca de nuestros negocios delante de un vaso de ponche. Encended las dos chimeneas, y antes de que empeceis vuestro trabajo id á comprar una espuerta nueva para el carbón.

Scrooge cumplió todo lo que había prometido, pero aun hizo más, mucho más que cumplirlo.

 Para Tiny, que no murió, fué como un segundro padre.

Se hizo tan buen amigo, tan buen amo, tan buen hombre, como el que más podia serlo en la vieja City ó en otro cualquiera punto. Algunas personas se rieron de esta transformacion, pero él no se cuidó de ello, porque sabia perfectamente que en este mundo no ha sucedido nada de bueno que al principio no haya causado la risa de ciertas gentes.

Puesto que tal clase de personas han de ser ciegas necesariamente, vale más que su enfermedad se manifieste por las muecas que hacen á fuerza de reir, que no de otra manera menos agradable. El tambien se reía, y en esto paraba toda su venganza.

 

Con los espíritus no tuvo más trato, pero sí mucho con los hombres. Se cuidaba de sus amigos y de su familia, y durante el año no hacia más que disponerse para celebrar la Navidad, en lo que nadie le ganaba. Todo el mundo le hacia esta justicia.

Hagamos por que digan lo mismo de vosotros y de mí, de todos nosotros y exclamemos como Tiny.

¡Que Dios nos bendiga!

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Charles Dickens Canción de Navidad

o: El cántico de Navidad

en: A Christmas Carol (1843)

Historia de navidad – parte 2 ( parte 1 aqui )

Cuentos de navidad para niños

Texto traducido al español

Literatura británica

 

índice

Primera estrofa: El espectro de Marley > aquí

Segunda estrofa: El primero de los tres espíritus > aquí

Tercera estrofa: El segundo de los tres espíritus

Cuarta estrofa: El último de los espíritus

Quinta estrofa: Conclusion.

 

A Christmas Carol part 2 versión original en inglés > aquí

 

Charles Dickens Todos los cuentos > aqui

 

La letra de todas las canciones de Navidad > aquí

 

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