CHARLES DICKENS Cuento CANCIÓN DE NAVIDAD Texto Español online ES

 

Cuentos de navidad

Charles Dickens
Canción de Navidad

( A Christmas Carol )

(1843)

 

Cuentos de hadas y fábulas

Cuentos de navidad para niños

Texto traducido al español

Literatura británica

 

Canción de Navidad (en: A Christmas Carol. In Prose. Being a Ghost Story of Christmas) traducida al español también como Cuento de Navidad o El cántico de Navidad — es una novela corta escrita por el británico Charles Dickens y publicada originalmente por Chapman & Hall el 19 de diciembre de 1843. La novela “El cántico de Navidad” (A Christmas Carol) de Charles Dickens es un ejemplo de crítica a la sociedad y es una de las historias más conmovedoras y famosas sobre la Navidad en el mundo.

El cuento “Canción de Navidad” de Charles Dickens, cuenta la conversión del viejo y tacaño Ebenezer Scrooge, visitado en la noche de Navidad por tres espíritus (la Navidad del pasado, presente y futuro) precedido por una advertencia del espectro de fallecido amigo y colega Jacob Marley.

Charles Dickens (Charles John Huffam Dickens, Portsmouth, 7 de febrero de 1812-Gads Hill Place, 9 de junio de 1870) fue un escritor y novelista inglés, uno de los más reconocidos de la literatura universal, y el más sobresaliente de la época victoriana. El escritor Charles Dickens es considerado uno de los novelistas más importantes y populares de todos los tiempos. El escritor Charles Dickens es famoso tanto por sus cuentos y libros humorísticos (por ejemplo, el libro “The Pickwick Circle“) como por sus novelas sociales (por ejemplo, Oliver Twist, David Copperfield, Hard Times, Great Expectations, A Christmas Carol, presentado aquí).

A continuación se muestra el texto completo de la historia navideña de Charles Dickens: canción de Navidad traducida al español.

Al hacer clic aquí, puede leer el texto completo de la historia navideña de Charles Dickens: Canción de Navidad (A Christmas Carol) en inglés original.

En el menú en la parte superior o lateral encontrará la historia de Navidad de Charles Dickens: El cántico de Navidad traducida a otros idiomas: francés, alemán, italiano, chino, etc.

¡Feliz lectura y feliz Navidad!

 

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Charles Dickens
El cántico de Navidad

 

Cuento de Navidad

Texto con traducción al español

 

índice

Primera estrofa: El espectro de Marley.

Segunda estrofa: El primero de los tres espíritus

Tercera estrofa: El segundo de los tres espíritus > aquí

Cuarta estrofa: El último de los espíritus > aquí

Quinta estrofa: Conclusion > aquí

 

Primera estrofa

El espectro de Marley

 

        Para empezar: Marley había muerto. Sobre ello no había ni la menor sombra de duda. La partida de defuncion estaba firmada por el cura, por el sacristan, por el encargado de las pompas fúnebres y por el presidente del duelo. Scrooge la habia firmado y la firma de Scrooge circulaba sin inconveniente en la Bolsa, cualquiera que fuera el papel donde la fijara.

El viejo Marley estaba tan muerto como un clavo de puerta.

Aguardad: con esto no quiero decir que yo conozca, por mí mismo, lo que hay de especialmente muerto en un clavo. Si me dejara llevar de mis opiniones, creería mejor que un clavo de ataud es el trozo de hierro más muerto que puede existir en el comercio; pero como la sabiduría de nuestros antepasados brilla en las comparaciones, no me atrevo, con mis profanas manos, á tocar á tan venerados recuerdos. De otra manera ¡qué seria de nuestro país! Permitidme, pues, repetir enérgicamente que Marley estaba tan muerto como un clavo de puerta.

 

¿Lo sabia así Scrooge? A no dudarlo. Forzosamente debia de saberlo. Scrooge y él, por espacio de no sé cuántos años, habian sido sócios. Scrooge era su único ejecutor testamentario, su único administrador, su único poderhabiente, su único legatario universal, su único amigo, el único que acompañó el féretro, aunque, á decir verdad, este tristísimo suceso no le sobrecogió de modo que no pudiera, en el mismo dia de los funerales, mostrarse como hábil hombre de negocios y llevar á cabo una venta de las más productivas.

El recuerdo de los funerales de Marley me coloca otra vez en el punto donde he empezado. No cabe duda en que Marley habia fallecido, circunstancia que debe fijar mucho nuestra atencion, porque si nó la presente historia no tendría nada de maravillosa.

 Si no estuviéramos convencidos de que el padre de Hámlet ha muerto antes de que la tragedia dé principio, no tendria nada de extraño que lo viéramos pasear al pié de las murallas de la ciudad y expuesto á la intemperie; lo mismo exactamente, que si viéramos á otra persona de edad provecta pasearse á horas desusadas en medio de la oscuridad de la noche y por lugares donde soplara un viento helador; verbigracia, el cementerio de San Pablo, y tratándose del padre de Hámlet, tan sólo impresiona la ofuscada imaginacion de su hijo.

Scrooge no borró jamás el nombre del viejo Marley. Todavía lo conservaba escrito, años después, encima de la puerta del almacen: Scrooge y Marley. La casa de comercio era conocida bajo esta razon. Algunas personas poco al corriente de los negocios lo llamaban Scrooge-Scrooge; otras, Marley sencillamente, mas él contestaba por los dos nombres; para él no constituía más que uno.

 

¡Oh! ¡Y que sentaba bien la mano sobre sus negocios! Aquel empedernido pecador era un avaro que sabía agarrar con fuerza, arrancar, retorcer, apretar, raspar y, sobre todo, duro y cortante como esos pedernales que no despiden vivíficas chispas si no al contacto del eslabon. Vivia ensimismado en sus pensamientos, sin comunicarlos, y solitario como un hongo. La frialdad interior que habia en él le helaba la aviejada fisonomía, le coloreaba la puntiaguda nariz, le arrugaba las mejillas, le enrojecia los párpados, le envaraba las piernas, le azuleaba los delgados labios y le enroquecia la voz. Su cabeza, sus cejas y su barba fina y nerviosa parecian como recubiertas de escarcha. Siempre y á todas partes llevaba la temperatura bajo cero: transmitia el frio á sus oficinas en los dias caniculares y no las deshelaba, ni siquiera de un grado, por Navidad.

El calor y el frio exteriores ejercian muy poca influencia sobre Scrooge. El calor del verano no le calentaba y el invierno más riguroso no llegaba á enfriarle. Ninguna ráfaga de viento era más desapacible que él. Jamás se vió nieve que cayera tan rectamente como él iba derecho á su objeto, ni aguacero más sostenido. El mal tiempo no encontraba manera de mortificarle: las lluvias más copiosas, la nieve, el granizo no podian jactarse de tener sobre él más que una ventaja: la de que caian con profusion; Scrooge no conoció nunca esta palabra.

 

 

Nadie lo detenia en la calle para decirle con aire de júbilo: ¿Cómo se encuentra usted, mi querido Scrooge? ¿Cuándo vendrá usted á verme? Ningun mendigo le pedía ni la más pequeña limosna; ningun niño le preguntaba por la hora. Nunca se vió á nadie, ya hombre, ya mujer, solicitar de él que les indicase el camino. Hasta los perros de ciego daban muestras de conocerle, y cuando le veian llevaban á sus dueños al hueco de una puerta ó á una callejuela retirada, meneando la cola como quien dice: «Pobre amo mio: mejor es que no veas, que no ver á ese hombre.»

Pero ¿qué le importaba esto á Scrooge? Precisamente era lo que quería: ir solo por el ancho camino de la existencia, tan frecuentado por la muchedumbre de los hombres, intimándoles con el aspecto de la persona, como si fuera un rótulo, que se apartasen. Esto era en Scrooge como el mejor plato para un goloso.

Un dia, el más notable de todos los buenos del año, la víspera de Navidad, el viejo Scrooge estaba sentado á su bufete y muy entretenido en sus negocios. Hacia un frio penetrante. Reinaba le niebla. Scrooge podia oir cómo las gentes iban de un lado á otro por la calle soplándose las puntas de los dedos, respirando ruidosamente, golpeándose el cuerpo con las manos y pisando con fuerza para calentarse los piés.

 

Las tres de la tarde acababan de dar en los relojes de la City, y con todo casi era de noche. El dia habia estado muy sombrío. Las luces que brillaban en las oficinas inmediatas, parecian como manchas de grasa enrojecidas, y se destacaban sobre el fondo de aquella atmósfera tan negruzca y por decirlo así, palpable. La niebla penetraba en el interior de las casas por todos los resquicios y por los huecos de las cerraduras: fuera habia llegado su densidad á tal extremo, que si bien la calle era muy estrecha, las casas de enfrente se asemejaban á fantasmas. Al contemplar cómo aquel espeso nublado descendia cada vez más, envolviendo todos los objetos en una profunda oscuridad, se podia creer que la naturaleza trataba de establecerse allí para explotar una cervecería en grande escala.

La puerta del despacho de Scrooge continuaba abierta, á fin de poder éste vigilar á su dependiente dentro de la pequeña y triste celdilla, á manera de sombría cisterna, donde se ocupaba en copiar cartas. La estufa de Scrooge tenia poco fuego, pero ménos aún la del dependiente: aparentaba no encerrar más que un pedazo de carbon.

Y el desgraciado no podia alimentarla mucho, porque en cuanto iba con el cogedor á preveerse, Scrooge, que atendia por sí á la custodia del combustible, no se recataba de manifestar á aquel infeliz que cuidase de no ponerlo en el caso de despedirle. Por este motivo el dependiente se envolvia en su tapabocas blanco y se esforzaba en calentarse á la luz de la vela; pero como era hombre de poquísima imaginacion, sus tentativas resultaban infructuosas.

 

—Os deseo una regocijda Noche Buena, tio mio, y que Dios os conserve; gritó alegremente uno. Era la voz del sobrino de Scrooge. Este, que ocupado en sus combinaciones no le habia visto llegar, quedó sorprendido.

—Bah, dijo Scrooge; tonterías.

Venia tan agitado el sobrino á consecuencia de su rápida marcha, en medio de aquel frio y de aquella niebla, que despedia fuego; su rostro estaba encendido como una cereza; sus ojos chispeaban y el vaho de su aliento humeaba.

—¡La Noche Buena una tontería, tio mío! No es esto sin duda lo que quereis decir.

—Sí tal, dijo Scrooge. ¡Una regocijada Noche Buena! ¿Qué derecho os asiste para estar contento? ¿Qué razon para abandonaros á unas alegrías tan ruinosas? Bastante pobre sois.

—Vamos, vamos, dijo alborozadamente el sobrino; ¿en qué derecho os apoyais para estar triste? ¿En qué motivo para entregaros á esas abrumadoras cifras? Usted es bastante rico.

—Bah, dijo Scrooge, que por entonces no encontraba otra contestacion mejor que dar; y su ¡bah! fué seguido de la palabra de antes: tonterías.

 —No os pongais de mal humor, tio mio, exclamó el sobrino.

—Y cómo no ponerme, cuando se vive en un mundo de locos cual lo es este. ¡Una regocijada Noche Buena! Váyanse al diablo todas ellas. ¿Qué es la Navidad, sino una época en que vencen muchos pagarés y en que hay que pagarlos aunque no se tenga dinero? ¡Un día en que os encontrais más viejo de un año, y no más rico de una hora! ¡Un dia en que despues de hacer el balance de vuestras cuentas, observais que en los doce meses transcurridos no habeis ganado nada. Si yo pudiera obrar segun pienso, continuó Scrooge con acento indignado, todos los tontos que circulan por esas calles celebrando la Noche Buena, serian puestos á cocer en su propio caldo, dentro de un perol y enterrados con una rama de acebo atravesada por el corazón: así, así.

—Tio mio, exclamó el sobrino queriendo defender la Noche Buena.

—Sobrino mio, replicó Scrooge severamente; podeis gozar de la Noche Buena á vuestro gusto; dejadme celebrarla al mio.

—¡Celebrar la Noche Buena! repitió el sobrino; ¡pero si no la celebrais!

—Entonces dejadme no gozarla. Que os haga buen provecho. ¡Como os ha reportado tanta utilidad!

—Muchas cosas hay, lo declaro, de las que hubiera podido obtener algunas ventajas que no he obtenido, y entre otras de la Noche Buena; pero á lo menos he considerado este dia (dejando aparte el respeto debido á su sagrado nombre y á su orígen divino, si es que pueden ser dejados aparte tratándose de la Noche Buena) como un hermoso día, como un día de benevolencia, de perdon, de caridad y de placer; el único del largo calendario del año en el que, según creo, todos, hombres y mujeres, parece que descubren por consentimiento unánime, parece que manifiestan sin empacho, cuantos secretos guardan en su corazon y que ven en los individuos de inferior clase á la suya, como verdaderos compañeros de viaje en el camino del sepulcro, y no otra especie de seres que se dirigen á diverso fin. Por eso, tio mio, aunque no haya depositado en mi bolsillo ni la más pequeña moneda de oro ó de plata, creo que la Noche Buena me ha producido bien y que me lo producirá todavía. Por eso grito: ¡viva la Noche Buena!

 

 

El dependiente aplaudió desde su cuchitril involuntariamente; pero habiendo echado de ver en el acto la inconveniencia que habia cometido, se puso á revolver el fuego y acabó de apagarlo.

—Si oigo el menor ruido donde estais, gritó Scrooge, celebrareis la Noche Buena perdiendo el empleo. En cuanto á vos, prosiguió encarándose con su sobrino, sois verdaderamente daderamente un orador muy distinguido. Me admiro de no veros sentado en los bancos del Parlamento.

—No os incomodéis, tío mío. Ea, venid á comer con nosotros mañana.

Scrooge le repuso que querría verle en… sí, verdaderamente lo dijo. Profirió la frase completa diciendo que lo querría ver mejor en… (el lector acabará si le parece.)

—Pero ¿por qué? exclamó el sobrino; ¿por qué?

—¿Por qué os habéis casado? preguntó Scrooge.

—Porque me enamoré.

—¡Porque os enamorasteis! refunfuñó Scrooge, como si aquello fuera la mayor tontería después de la de Noche Buena: buenas noches.

—Pero tío, antes de mi boda no ibais á visitarme nunca; ¿por qué la erigís en pretexto para no ir ahora?

—Buenas noches, dijo Scrooge.

—Nada deseo, nada solicito de vos. ¿Por qué no hemos de ser amigos?

—Buenas noches, dijo Scrooge.

—Estoy pesaroso, verdaderamente pesaroso de veros tan resuelto. Jamás hemos tenido nada el uno contra el otro; á lo menos yo. He dado este paso en honra de la Noche Buena, y conservaré mi buen humor hasta lo último; por lo tanto os deseo una felicísima Noche Buena.

 —Buenas noches, dijo Scrooge.

—Y un buen principio de año.

—Buenas noches.

Y el sobrino abandonó el despacho sin dar la más pequeña muestra de descontento. Antes de salir á la calle se detuvo para felicitar al dependiente quien, aunque helado, sentía más calor que Scrooge, y le devolvió cordialmente la felicitación.

—Hé ahí otro loco, murmuró Scrooge que los estaba oyendo. ¡Un dependiente con quince chelines (75 reales) por semana, esposa é hijos, hablando de la Noche Buena! Hay para encerrarse en un manicomio.

Aquel loco perdido, después de saludar al sobrino de Scrooge, introdujo otras dos personas; dos señores de buen aspecto, de figura simpática, que se presentaron, sombrero en mano, á ver á Mr. Scrooge.

—Scrooge y Marley, si no me equivoco, dijo uno de ellos consultando una lista. ¿A quién tengo el honor de hablar, á Mr. Scrooge ó á Mr. Marley?

—Mr. Marley falleció hace siete años, contestó Scrooge; justamente se cumplen esta noche misma.

—No abrigamos la menor duda en que la generosidad de dicho señor estará dignamente representada por su socio sobreviviente, dijo uno de los caballeros presentando varios documentos que le autorizaban para postular.

 Y lo estaba sin duda, porque Scrooge y Marley se parecían como dos gotas de agua. Al oír la palabra generosidad, Scrooge frunció las cejas, movió la cabeza y devolvió los documentos á su dueño.

—En esta alegre época del año, Mr. Scrooge, dijo el postulante tomando una pluma, deseamos, más que en otra cualquiera, reunir algunos modestos ahorros para los pobres y necesitados que padecen terriblemente á consecuencia de lo crudo de la estación. Hay miles que carecen de lo más necesario, y cientos de miles que ni aún el más pequeño bienestar pueden permitirse.

—¿No hay cárceles? preguntó Scrooge.

—¡Oh! ¡Muchas! contestó el postulante dejando la pluma.

—Y los asilos ¿no están abiertos? prosiguió Scrooge.

—Seguramente, caballero, respondió el otro. Pluguiera a Dios que no lo estuviesen.

—Las correcciones disciplinarias y la ley de pobres ¿rigen todavía? preguntó Scrooge.

—Siempre y se las aplica con frecuencia.

—¡Ah! Temía, en vista de lo que acabáis de decirme, que por alguna circunstancia imprevista, no funcionaban ya tan útiles instituciones; me alegro de saber lo contrario, dijo Scrooge.

 

—Convencidos de que con ellas no se puede dar una satisfaccion cristiana al cuerpo y al alma de muchas gentes, trabajamos algunos para reunir una pequeña cantidad con que comprar algo de carne, de cerveza y de carbón para calentarse. Nos hemos fijado en esta época, porque, de todas las del año, es cuando se deja sentir con más fuerza la necesidad; en la que la abundancia causa más alegría. ¿Por cuánto queréis suscribiros?

—Por nada.

—¿Deseais conservar el incógnito?

—Lo que deseo es que se me deje tranquilo. Puesto que me preguntáis lo que deseo, he aquí mi respuesta. Yo no me permito regocijarme en Noche Buena y no quiero proporcionar a los perezosos medios para regocijarse. Contribuyo al sostenimiento de las instituciones de que os hablaba hace poco: cuestan muy caras; los que no se encuentren bien en otra parte, pueden ir á ellas.

—Hay muchos á quienes no les es dado y otros que preferirían morir antes.

 

—Si prefieren morirse, harán muy bien en realizar esa idea, y en disminuir el excedente de la poblacion. Por lo demás, bien podeis dispensarme; pero no entiendo nada de semejantes cosas.

—Os sería facilísimo conocerlas, insinuó el postulante.

—No es de mi incumbencia, contestó Scrooge. Un hombre tiene suficiente con sus negocios para no ocuparse en los de otros. Necesito todo mi tiempo para los míos. Buenas noches, señores.

Viendo lo inútil que sería insistir, se retiraron los dos caballeros, y Scrooge volvió á su trabajo cada vez más satisfecho de su conducta, y con un humor más festivo que por lo comun.

A todo esto la niebla y la oscuridad se iban haciendo tan densas, que se veía á muchas gentes correr de un lado á otro con teas encendidas, ofreciendo sus servicios á los cocheros para andar delante de los caballos y guiarlos en su camino.

 

 

La antigua torre de una iglesia, cuya vieja campana parecía que miraba curiosamente á Scrooge en su bufete á través de una ventana gótica practicada en el muro, se hizo invisible; el reloj dió las horas, las medias horas, los cuartos de hora en las nubes con vibraciones temblorosas y prolongadas, como si sus dientes hubiesen castañeteado en lo alto sobre la aterida cabeza de la campana. El frío aumentó de una manera intensa. En uno de los rincones del patio varios trabajadores, dedicados á la reparacion de las cañerías del gas, habian encendido un enorme brasero, alrededor del cual estaban agrupados muchos hombres y niños haraposos, calentándose y guiñando los ojos con aire de satisfaccion. El agua de la próxima fuente al manar se helaba, formando á manera de un cuadro en torno, que infundia horror.

 En los almacenes las ramas de acebo chisporroteaban al calor de las luces de gas, y lo teñían todo con sus rojizas vislumbres. Las tiendas de volatería y de ultramarinos lucian con desusada esplendidez, cual si quisieran significar que en todo aquel lujo no tenia nada que ver el interés de la ganancia.

El alcalde de Lóndres, en su magnífica residencia consistorial, daba órdenes a sus cincuenta cocineros y á sus cincuenta reposteros para festejar la Noche Buena como debe festejarla un alcalde, y hasta el sastrecillo remendon á quien aquella autoridad habia condenado el lunes precedente á una multa por haberlo encontrado ébrio y armando un barullo infernal en la calle, se preparaba para la comida del día siguiente, miéntras que su escuálida mujer, llevando en sus brazos su no menos escuálido rorro, se encaminaba á la carnicería para hacer sus compras.

 

A todo esto la niebla va en aumento; el frío va en aumento; frío helador, intenso. Si á la sazón el excelente San Dunstan, despreciando las armas de que por lo comun se valía hubiera pellizcado al diablo en la nariz, de seguro que le habria hecho exhalar formidables rugidos. El propietario de una nariz jóven, pequeña, roída por aquel frío tan famélico como los huesos son corroidos por los perros, aplicó su boca al agujero de la cerradura del despacho de Scrooge para regalarle una canción alusiva a las circunstancias. Scrooge empuñó su regla con un ademán tan enérgico, que el cantante huyó, todo azorado, abandonando el agujero de la cerradura á la niebla y á la escarcha, que se introdujeron precipitadamente en el despacho, como por simpatía hácia Scrooge.

A lo último llegó la hora de cerrar la oficina. Scrooge se levantó de su banqueta, lleno de mal humor, dando así la señal de marcha al dependiente, quien le aguardaba en su cisterna, con el sombrero puesto, despues de haber apagado la luz.

 

—Supongo que deseareis tener libre el dia de mañana, dijo Scrooge.

—Si lo creeis conveniente.

—No me conviene; de ninguna manera. ¿Que diríais si os retuviera el sueldo de mañana? Os creeríais perjudicado.

El empleado se sonrió ligeramente.

—Y sin embargo, continuó Scrooge, a mí no me considerais como perjudicado, á pesar de que os pago un dia por no hacer nada.

El empleado hizo observar que aquello no tenía lugar más que una sola vez cada año.

—Pobre fundamento para meter la mano en el bolsillo de un hombre todos los 25 de Diciembre, dijo Scrooge abotonándose la levita hasta el cuello. Supongo que necesitareis todo el dia, pero confío en que me indemnizareis pasado mañana viniendo más temprano.

 

El dependiente lo prometió y Scrooge salió refunfuñando. El almacen quedó cerrado en un santiamen; y el dependiente, dejando colgar las dos puntas de su tapabocas hasta el borde de la chaqueta (pues no se permitía el lujo de vestir gaban), echó a todo correr en direccion á su morada para jugar á la gallina ciega.

Scrooge comió en el mezquino bodegon donde lo hacía comunmente. Despues de haber leido todos los periódicos, y ocupado el resto de la noche en recorrer su libro de cuentas, se dirigió a su casa para acostarse. Residia en la misma habitacion que su antiguo asociado, compuesta de una hilera de aposentos oscuros, los cuales formaban parte de un antiguo y sombrío edificio, situado á la extremidad de una callejuela, de la que se despegaba tanto que no parecia sino que, habiendo ido á encajarse allí en su juventud, jugando al escondite con otras casas, no habia sabido despues encontrar el camino para volverse. Era un edificio antiguo y muy triste porque nadie vivia en él, exceptuando Scrooge: los otros compartimientos de la casa servian para despachos ó almacenes. El patio era tan oscuro que, sin embargo de conocerlo perfectamente Scrooge , se vió precisado á andar á tientas. La niebla y la escarcha cubrian de tal modo el añoso y sombrío porton de la casa, que semejaba la morada del genio del invierno, residente allí y absorbido en sus tristes meditaciones.

 

La verdad es que el aldabon no ofrecía nada de especial, sino que era muy grande. La verdad es, repito, que Scrooge lo había visto por la mañana y por la tarde, todos los días, desde que habitaba en aquel edificio, y que en cuanto a eso que llaman imaginacion, poseia tan poca como cualquier otro vecino de la City, inclusos, aunque sea temerario decirlo, sus individuos de ayuntamiento. Es indispensable, además, tener en cuenta que Scrooge no habia pensado, ni una sola vez, en Marley despues del fallecimiento de su socio, ocurrido siete años antes, excepto aquella tarde. Ahora que me diga alguien, si sabe, cómo fué que Scrooge, en el momento de introducir la llave en la cerradura, vió en el aldabon, y esto sin pronunciar ningun conjuro, no un aldabon, sino la figura de Marley.

Sí; indudablemente; la misma figura de Marley.

Y no era una sombra invisible como la de los demás objetos del patio, sino que parecía estar rodeada de un fulgor siniestro, semejante al de un salmon podrido y guardado en un lugar oscuro. Su expresión no tenia nada que significase ira ó ferocidad; pero miraba á Scrooge, como Marley solia hacerlo, con sus anteojos de espectro levantados sobre su frente de aparecido. La cabellera se agitaba de una manera singular, como movida por un soplo ó vapor cálido, y aunque tenía los ojos desmesuradamente abiertos los conservaba inmóviles. Esta circunstancia y el color lívido de la figura la hacian horrorosa, pero el horror que experimentaba Scrooge á la vista de ella no era consecuencia de la figura, sino que precedia de él mismo, no de la expresion del rostro del aparecido. Así que se hubo fijado más atentamente no vió más que un aldabon.

 

 

Decir que no se estremeció ó que su sangre no sufrió una sacudida terrible, como no la habia sentido desde la infancia, sería faltar a la verdad; pero se sobrepuso, empuñó otra vez la llave le dió vuelta con movimiento brusco, entró y encendió la vela.

Estuvo un momento indeciso antes de cerrar la puerta, y por precaución miró detrás de ella, cual si temiera ver de nuevo á Marley con su larga coleta, adelantándose por el vestíbulo; pero nada encontró, fuera de los tornillos que sujetaban el aldabon á la madera. ¡Bah, bah! exclamó más tranquilo; y cerró con ímpetu.

El estruendo retumbó en toda la casa al igual de un trueno. Las habitaciones superiores , y los toneles que el almacenista de vinos guardaba en sus bodegas, produjeron un sonido particular como tomando parte en aquel concierto de ecos. Scrooge no era hombre á quien asustaran los ecos. Cerró sólidamente la puerta, cruzó el vestíbulo, y subió la escalera cuidando al paso de apretar bien la vela.

 

Hablais algunas veces de las anchurosas escaleras de los edificios antiguos, en las cuales cabe perfectamente una carroza arrastrada por seis caballos, pero os aseguro que la de Scrooge era mayor, porque habia capacidad en ella para contener un carruaje fúnebre subiéndolo cruzado con las portezuelas mirando á los tramos de escalera y la lanza tocando al muro: empresa fácil pues quedaba espacio para más. Sin duda se le figuró por eso á Scrooge, que veía andar delante de él en la oscuridad un cortejo fúnebre. Con una media docena de farolas de gas no hubiera habido suficiente para iluminar el vestíbulo: ya podeis figuraros la claridad qua habria con la vela de Scrooge.

El continuaba su ascension sin cuidarse de nada ya. La oscuridad es muy barata y por eso Scrooge la queria mucho; pero antes de cerrar la pesada puerta de su habitacion, reconoció los aposentos de ésta, para ver si todo se hallaba en orden: acaso adoptó tal precaucion, acordándose ligeramente de la inquietud que la misteriosa figura le habia causado.

 

El salon, la alcoba, los departamentos de desahogo, todo estaba en órden. Nadie habia debajo de la mesa; nadie en el sofá. En el fogon lucia un mísero fuego: la cuchara y la taza estaban ya dispuestas y sobre las ascuas un perolillo con agua de avena (porque Scrooge padecía un constipado de cabeza). A nadie encontró debajo de la cama; á nadie en su gabinete; á nadie dentro de la bata que estaba, en forma sospechosa, pendiente de un clavo.

Completamente tranquilo ya, Scrooge cerró la puerta con doble vuelta, precaucion que no tomaba nunca, y asegurado contra toda sorpresa, se quitó la corbata, se puso la bata, las zapatillas y el gorro de dormir, y se sentó delante del fuego para tomar el cocimiento de avena.

 

El fuego era positivamente mísero; tan mísero que no servia para nada en una noche como aquella. Scrooge se vió precisado á aproximarse mucho á él, á cobijarlo, digámoslo así, para experimentar alguna sensacion de calor. El cuerpo del fogon construido hacía mucho tiempo, por algun fabricante holandés, estaba recubierto de azulejos flamencos donde se veían representadas escenas de la Sagrada Escritura. Habia Abel y Cain, hijos de Faraon, reinas de Sabá, ángeles bajando del cielo sobre nubes que se parecían á lechos de pluma, Abraham, Balthasar, apóstoles embarcándose en esquifes á modo de salseras; cientos de figuras capaces de distraer la imaginacion de Scrooge, y sin embargo el rostro de Marley sobrepujaba á todo. Si cada uno de aquellos azulejos hubiera empezado por tener las figuras borradas, y la facultad de imprimir en su superficie algo de los pensamientos sueltos de Scrooge, cada azulejo habria presentado la cabeza del viejo Marley.

—Necedades, dijo Scrooge y dió á recorrer la habitación.

Despues de algunas vueltas se sentó. Como tenia la cabeza echada hácia atrás, sobre el respaldo de la butaca, sus ojos se detuvieron, por casualidad, en una campanilla que ya no servia, suspendida del techo y que comunicaba con el último piso del edificio, para un objeto desconocido.

 

Con la mayor sorpresa, con inexplicable terror, observó Scrooge que ver la campanilla y ponerse ésta en movimiento fué todo uno. Al principio se balanceaba suavemente, tanto que apenas producía sonido; pero muy luego aumentó este considerablemente y todas las campanillas de la casa acompañaron á la primera.

El repiqueteo no duró más que medio minuto ó un minuto, mas á Scrooge se le figuró tan prolongado como una hora. Las campanillas terminaron cual si todas hubieran empezado á la vez. A este ruido sucedió otro de hierros que procedía de los subterráneos, como si alguien arrastrase una larga cadena sobre los toneles del almacenista de vinos. Scrooge recordó entonces haber oído referir, que en las casas donde existían duendes, éstos se presentaban siempre con cadenas.

 

La puerta de los subterráneos se abrió con estrépito, y el ruido se hizo perceptible en el piso bajo; después en la escalera, hasta que, por último, se fué acercando á la puerta.

—Lo dicho. Tonterías; exclamó Scrooge: no creo en ellas.

Sin embargo mudó muy pronto de color porque vió al espectro, que atravesando sin la menor dificultad por la maciza puerta fue á colocarse ante él.

Cuando la aparición penetraba, el mezquino fuego despidió un resplandor fugaz como diciendo: «lo conozco: es el espectro de Marley» y se extinguió.

La misma cara, absolutamente la misma. Marley con su puntiaguda coleta, su chaleco habitual, sus pantalones ajustados, y sus botas, cuyas borlas de seda se balanceaban á compás con la coleta, con los faldones de la casaca, y con el tupé.

 

La cadena con la que tanto ruido hacía la llevaba ceñida á la cintura, y era tan larga que le rodeaba todo el cuerpo, como si fuera un prolongado rabo: estaba hecha (porque Scrooge la observó de muy cerca) de arcas de seguridad, de llaves, de candados, de grandes libros, de papelotes y de bolsas muy pesadas de acero. El cuerpo del espíritu, se transparentaba hasta un extremo tal, que Scrooge, examinándole detenidamente á través del chaleco, pudo ver los botones que adornaban por detrás la casaca.

Scrooge había oído referir que Marley estaba desprovisto de entrañas, pero hasta aquel momento no se convenció.

No, y aún no lo creía. Por más que pudiese investigar con la mirada las cavidades interiores del espectro; por más que sintiera la influencia glacial de aquellas pupilas heladas por la muerte; por más que se fijaba hasta en el tejido del pañuelo que cubría la cabeza así como la barba de la aparición, detalle antes descuidado por Scrooge, aún se resistía a creer en lo que sus sentidos le manifestaban.

 

—¿Qué quiere decir esto? preguntó Scrooge tan cáustico y tan frío como de costumbre. ¿Qué deseais de mí?

—Muchas cosas.

Era indudablemente la voz de Marley.

—¿Quién sois?

—Preguntad mejor: ¿quién habeis sido?

—¿Quién habeis sido, pues? dijo Scrooge levantando la voz. Muy castizo estáis para ser una sombra.

—En el mundo fui socio vuestro.

—¿Podeis… podeis sentaros? preguntó Scrooge con aire de duda.

—Puedo.

—Entonces hacedlo.

 

 

Scrooge formuló la pregunta porque ignoraba si un espectro tan transparente podría encontrarse en las condiciones necesarias para tomar asiento, y consideraba que a ser esto, por casualidad, imposible, lo pondría en el caso de dar explicaciones muy difíciles; pero el fantasma se sentó frente a frente, al otro lado de la chimenea, como si estuviera muy avezado a ello.

—¿No creeis en mí? preguntó el fantasma.

—No, contestó Scrooge.

—¿Qué prueba quereis de mi realidad, además del testimonio de vuestros sentidos?

—No sé a punto fijo.

—¿Por qué dudais de vuestros sentidos?

—Porque la menor cosa basta para alterarlos. Basta con un ligero desarreglo en el estómago para que nos engañen, y podría ser muy bien que vos no fuerais más que una tajada de carne mal digerida; media cucharada de mostaza; un pedazo de queso; una partícula de patata mal cocida. Quien quiera que seais, me parece que sois un muerto que huele á cerveza más que á ataúd.

Scrooge no acostumbraba á hacer retruécanos, y verdaderamente entonces no se hallaba muy en disposición de hacerlos. En realidad lo que quería en toda aquella broma era distraerse y dominar su espanto, porque el acento del fantasma le producía frío hasta en la médula de los huesos.

 

Permanecer sentado, siquiera por breves instantes, con la mirada fija en los vidriosos ojos del espectro, constituia para Scrooge una prueba infernal. Además, en aquella diabólica atmósfera que circundaba al aparecido, había algo positivamente terrible. A Scrooge no le era dado experimentarla por sí mismo, mas no por eso dejaba de ser cierta, pues aunque el espectro permanecía sentado é inmóvil, sus cabellos, sus vestiduras y las borlas de sus botas, se movían á impulsos de un vapor cálido como el que se desprende de un horno.

—¿Veis este limpia-dientes? dijo Scrooge volviendo á su sistema, con objeto de sobreponerse al espanto que le poseía, y de apartar de sí aunque no fuera más que por un segundo, la mirada del aparecido, fría como el mármol.

 

—Sí.

 —Pero si no lo miráis.

—Eso no impide que lo vea.

—Pues bien; si ahora me lo tragara, durante lo que me queda de existencia me verá asediado por una multitud de diablillos, pura creación de mi mente. Tontería; os digo que es una tontería.

Al oír el espectro semejante palabra, dio un terrible alarido y sacudió su larga cadena, causando un estruendo tan aterrador y tan lúgubre que Scrooge se agarró a la silla para no caer desvanecido. Pero aumentó su horror al observar que el fantasma, quitándose el pañuelo que le rodeaba la cabeza, como si sintiese la necesidad de hacerlo a causa de la temperatura de la estancia, dejó desprenderse la mandíbula inferior, que le quedó colgando sobre el pecho.

 

Scrooge se arrodilló ocultando la cara con las manos.

—¡Misericordia! dijo. Terrorífica aparición, ¿por qué vienes á atormentarme?

—Alma mundanal, ¿crees ó no crees en mí?

—Creo, dijo Scrooge, pues no hay otro remedio. Mas ¿por qué pasean el mundo los espíritus y vienen a buscarme?

—Porque es una obligación de todos los hombres que el alma contenida en ellos se mezcle con las de sus semejantes y viaje por el mundo: si no lo verifica durante la vida, está condenada á practicarlo despues de la muerte; compelida á vagar ¡desdichado de mí! por el mundo y á ser testigo inútil de muchas cosas en las que no le es dado tener parte, siendo así que hubiera podido gozar de ellas en la tierra como los demás, utilizándolas para su dicha.

 

El aparecido lanzó un grito, sacudió la cadena y se retorció las fantásticas manos.

—¿Estáis encadenado? preguntó Scrooge; ¿por qué?

—Arrastro la cadena que durante toda mi vida he forjado yo mismo, respondió el fantasma. Yo soy quien la ha labrado eslabón a eslabón, vara a vara. Yo quien la ha ceñido a mi cuerpo libremente y por mi propia voluntad, para arrastrarla siempre, porque ese es mi gusto. El modelo se os presenta bien singular ¿no es cierto?

Scrooge temblaba más cada vez.

—¿Queréis saber, continuó el espectro, el peso y la longitud de la enorme cadena que os preparais? Hace hoy siete años era tan larga y tan pesada como ésta; después habéis continuado aumentándola: buena cadena es ya.

 

Scrooge miró alrededor de sí, creyendo divisarla tendida todo lo dilatada que debía ser por el piso; mas no la vio.

—Marley, exclamó con aire suplicante; mi viejo Marley, háblame; dime algunas palabras de consuelo.

—Ninguna tengo que decirte. Los consuelos vienen de otra parte, Scrooge, y los traen otros seres á otra clase de hombres que vos. Ni puedo deciros todo lo que desearía, porque dispongo de muy poco tiempo. No puedo descansar, no puedo detenerme, no puedo permanecer en ninguna parte. Mi alma no se separó nunca de mi mostrador; no traspasó, como sabeis, los reducidos límites de nuestro despacho, y hé aquí por qué ahora tengo necesidad de hacer tantos penosos viajes.

 

Scrooge seguía la costumbre de meterse las manos en los bolsillos del pantalón cuando se entregaba á sus meditaciones. Reflexionando sobre lo que le había dicho el fantasma, hizo como se acaba de indicar, pero continuando arrodillado y con los ojos bajos.

—Muy retrasado debeis estar, Marley, dijo, con humildad y deferencia Scrooge, que nunca dejaba de ser hombre de negocios.

—¡Retrasado! repitió el fantasma.

—Llevais ya siete años de muerto y aun dura vuestro viaje.

—Durante ese tiempo no habido para mí tregua ni reposo: siempre he estado bajo el torcedor del remordimiento.

—¿Viajais deprisa?

—En las alas del viento.

—Mucho habéis debido ver en siete años.

 Al oír esto el aparecido dió un tercer grito, y produjo con su cadena un choque tan horrible, en medio del silencio de la noche, que á oírlo la ronda, hubiera tenido motivo para aprehender a aquellos perturbadores del sosiego público.

—¡Oh! cautivo, encadenado, lleno de hierros, exclamó, por no haber tenido presente que todos los hombres deben asociarse para el gran trabajo de la humanidad, prescrito por el Ser Supremo; para perpetuar el progreso, porque este globo debe desaparecer en la eternidad, antes de haber desarrollado el bien de que es susceptible: por no haber tenido presente que la multitud de nuestros tristes recuerdos, no podía compensar las ocasiones que hemos desaprovechado en nuestra vida, y con todo, así me he conducido, desdichado de mí; así me he conducido.

 

—Sin embargo os mostrásteis siempre como hombre exacto y como inteligente en negocios, balbuceó Scrooge, que empezaba á reponerse un poco.

—¡Los negocios! gritó el aparecido, retorciéndose de nuevo las manos. La humanidad era mi negocio: el bien general era mi negocio: la caridad, la misericordia, la benevolencia eran mis negocios. Las operaciones del comercio no constituían más que una gota de agua en el vasto mar de mis negocios.

 Y levantando la cadena todo lo que permitía el brazo, como para mostrar la causa de sus estériles lamentos, la dejó caer pesadamente en tierra.

—En esta época del año es cuando sufro más, murmuró el espectro. ¿Por qué he cruzado yo, á través de la multitud de mis semejantes, siempre fijos los ojos en los asuntos de la tierra, sin levantarlos nunca hácia esa fulgurante estrella que sirvió de guía á los reyes magos hasta el pobre albergue de Jesús? ¿No existían otros pobres albergues hácia los cuales hubiera podido conducirme con su luz la estrella?

Scrooge estaba asustado de oír explicarse al aparecido en semejante tono, y se puso á temblar.

—Escúchame, le dijo el fantasma: mi plazo va á terminar pronto.

—Escucho, replicó Scrooge, pero excusad todo lo posible y no os permitáis mucha retórica: os lo ruego.

—Por qué he podido presentarme así, en forma para vos conocida, lo desconozco. Muchas veces os he acompañado pero permaneciendo invisible.

 

Como esta indicación no encerraba nada de agradable, Scrooge sintió escalofríos y sudores de muerte.

—Y no consiste en esto mi menor suplicio, continuó el espectro… Estoy aquí para deciros que aún os queda una probabilidad de salvación; una probabilidad y una esperanza que os proporcionaré.

—Os mostráis siempre buen amigo mío: gracias.

—Os van a visitar tres espíritus, siguió el espectro.

El rostro de Scrooge tomó su color tan lívido como el de su interlocutor.

—¿Son esas la probabilidad y la esperanza de que me hablabais?— preguntó con desfallecimiento.

—Sí.

—Creo… creo… que sería mejor que no se presentaran, dijo Scrooge.

—Sin sus visitas caeríais en la misma desgracia que yo. Aguardad la presentación del primero así que el reloj de la una.

—¿No podrian venir todos juntos para que acabáramos de una vez? insinuó Scrooge.

—Aguardad al segundo en la siguiente noche y a la misma hora, y al tercero en la subsiguiente, así que haya sonado la última campanada de las doce. No contéis con volverme a ver; pero por conveniencia vuestra, cuidad de acordaros de lo que acaba de suceder entre nosotros.

 

 

Después de estas palabras el espectro recogió el pañuelo que estaba encima de la mesa, y se lo ciñó como lo tenía al principio, por la cabeza y por la barba. Scrooge lo notó por el ruido seco que hicieron las mandíbulas al ajustarse con la sujeción. Entonces se determinó á alzar los ojos, y vio al aparecido delante de él, puesto de pie, y llevando arrollada al brazo la cadena.

La aparición se puso en marcha, caminando hacia atrás. A cada paso suyo se levantaba un poco la ventana, de suerte que cuando el espectro llegó a ella se hallaba completamente abierta. Hizo una señal á Scrooge para que se acercara y éste obedeció. Cuando estuvieron a dos pasos el uno del otro, la sombra de Marley levantó el brazo é indicó á Scrooge que no se aproximase más. Scrooge se detuvo, no precisamente por obediencia, sino por sorpresa y temor, pues en el momento en que el fantasma levantó el brazo, se oyeron rumores y ruidos confusos en el aire, sonidos incoherentes de lamentaciones, voces de indecible tristeza, gemidos de remordimiento. El fantasma, después de haber prestado atención por un breve instante, se unió al lúgubre coro, desvaneciéndose en el seno de aquella noche tan sombría.

 

Scrooge fue tras él hasta la ventana y miró por ella dominado de insaciable curiosidad. El espacio se hallaba lleno de fantasmas errantes, que iban de un lado para otro como almas en pena exhalando al paso tristes y profundos gemidos. Todos arrastraban una cadena como el espectro de Marley: algunos pocos (sin duda eran ministros cómplices de una misma política) flotaban encadenados juntos; ninguno en libertad. Varios otros eran conocidos de Scrooge. Entre éstos había particularmente un viejo fantasma, encerrado en un chaleco blanco que tenía adherido al pie un enorme anillo de hierros y que se quejaba lastimosamente de no poder prestar socorro á una desdichada mujer y á su hijo, á quienes veía por bajo de él, refugiados en un hueco de puerta.

El suplicio de todas aquellas sombras, consistía, evidentemente, en querer con ansia, aunque sin resultado, mezclarse en las cosas mundanales para hacer algún bien, pero no podían.

 

Aquellos seres vaporosos se disiparon en la niebla, ó la niebla los envolvió en sus sombras. Scrooge no pudo averiguar nada.

Las sombras y sus voces se desvanecieron a la vez, y la noche volvió a tomar su primer aspecto.

Scrooge cerró la ventana, y examinó cuidadosamente la puerta por donde había entrado el espectro. Estaba cerrada con doble vuelta, según él la dejara, y el cerrojo corrido. Trató, como antes, de decir: «tontería» pero se detuvo en la primera sílaba, porque sintiéndose acometido de una imperiosa necesidad de descansar, bien por las fatigas del día, ó de aquella breve contemplación del mundo invisible, ó del triste diálogo sostenido con el espectro, ó de lo avanzado de la hora, se fué á la cama y acostándose, sin desnudarse, cayó en un profundo sueño.

 

 

 

Segunda estrofa

El primero de los tres espíritus

 

 

Cuando Scrooge despertó reinaba tan grande oscuridad, que no le fué posible distinguir las transparencia de la ventana sobre el fondo de la pared. Trataba de inquirir con sus ojos de lince pero inútilmente. En esto, el reloj de una iglesia vecina empezó á sonar y Scrooge contó cuatro cuartos, pero con grande admiracion suya la pausada campana dió siete golpes, despues ocho y hasta doce. ¡Media noche! Luego llevaba dos horas no más en la cama. El reloj iba mal. Sin duda algun carámbano de hielo debia haberse introducido en la maquinaria ¡Media noche!

Scrooge apretó el resorte de su reloj de repeticion para asegurarse de la hora y rectificar la que habia oido. El reloj de bolsillo dió tambien doce campanadas rápidamente y se detuvo.

 

¡No es posible que yo haya dormido todo un dia y parte de una segunda noche! No es posible que le haya sucedido alguna cosa al sol y que sea media noche á medio dia

Como esta reflexion era para inquietarle, dejó la cama y se fué á la ventana. Tuvo que quitar con las mangas el hielo que habia sobre los cristales para ver algo, y aun entonces no pudo divisar gran cosa. Unicamente vió que la niebla era muy espesa, que hacía mucho frío y que las gentes no iban de un lado á otro atrafagadas, como hubiera ocurrido indudablemente á ser de dia. Esto le tranquilizó, por que de lo contrario, ¿qué hubiera sido de sus letras de cambio? «A tres días vista pagad á Mr. Scrooge ó á la órden de Mr. Scrooge,» y lo demás.

Scrooge volvió á la cama, y se puso á pensar y á repensar, una y mil veces, en lo que sucedía, sin comprender nada de ello. Cuanto más pensaba se confundía más, y cuanto ménos trataba de pensar más pensaba.

 

El aparecido Marley le tenia fuera de quicio. Cada vez que, como final de un maduro exámen, se determinaba, en su interior, á considerar todo aquello como puro sueño, su espíritu á semejanza de un resorte oprimido, que al soltarle toma su primitiva posicion, le presentaba el mismo problema: «¿ha sido ó no un sueño?»

Así estuvo Scrooge hasta que el reloj de la iglesia marcó tres cuartos de hora más y de seguida hizo memoria del espíritu que debia presentarse á la una. Resolvió, pues, mantenerse despierto hasta que la hora hubiese pasado, considerando que tan difícil le seria dormir como tocar la luna: era el mejor acuerdo.

 

Aquel cuarto de hora le pareció tan largo que creyó haberse adormecido á veces y dejado transcurrir el momento. Al fin oyó el reloj.

—Din, don.

—Un cuarto.

—Din, don.

—La media.

—Din, don.

—Tres cuartos.

—Din, don.

—¡La hora, la hora! exclamó Scrooge con júbilo: ninguno más viene.

Hablaba antes de que la campana de las horas hubiese dado. Cuando llegó el momento de ella, despidiendo un sonido profundo, sordo, melancólico; la habitacion se iluminó con claridad brillante y las cortinas de la cama fueron descorridas.

Digo que las cortinas de la cama fueron descorridas, por un lado y á impulso de una mano invisible; no las que habia á la cabecera ó á los piés, sino las del lado hácia el que estaba vuelto Scrooge, incorporándose sentado, vió frente á frente al sér fantástico que las descorría, y tan cerca de sí como yo lo estoy de tí; porque has de notar que yo me hallo, en espíritu, á tu lado.

 La figura era muy extraña… de un niño, y sin embargo, tan parecido á un niño como á un viejo, contemplado á través de una atmósfera sobrenatural, que le comunicaba la apariencia de hallarse á muy larga distancia, con lo que se disminuian sus proporciones hasta las de un niño. Su cabellera, que pendía hasta el cuello, era blanca como por efecto de la edad y con todo la aparicion no mostraba arrugas. Tenía el cútis delicadamente sonrosado; los brazos largos y musculosos lo mismo que las manos, como si poseyera una figura poco común.

Las piernas y los piés eran de irreprochable forma y en consonancia con lo demás del cuerpo. Vestía una blanca túnica. El talle lo llevaba ceñido con un cordon de fulgurante luz y en la mano una rama verde de acebo recien cortada: contrastando con este emblema del invierno la aparicion estaba adornada de flores propias del estío. Pero lo más extraño de ella consistía en una llama deslumbrante que de la cabeza le brotaba, y merced á la cual hacía visible todos los objetos; por eso sin duda, en sus momentos de tristeza, se servía, como de sombrero, de un gran apagador que llevaba debajo del brazo.

 

Sin embargo, al contemplarla más de cerca, no fué este atributo lo que más le sorprendió a Scrooge. El resplandor que la cintura despedía era intermitente; no brillaba por todo su contorno á la vez, de suerate que en unas ocaciones aparecia la figura iluminada por unos lados y en otras por otros, de lo que resultaban aspectos diferentes de ella. Unas veces aparecia un solo brazo con una sola pierna, ó bien veinte piernas, ó bien dos piernas sin cabeza, ó bien veinte una cabeza sin cuerpo; los miembros, que se confundían en la sombra, no dejaban ver ni un solo perfil en la oscuridad que los circuía al desvanecerse la luz. Despues, por una maravilla particular, tornaban á su pristino ser clara y visiblemente.

 

—¿Sois, preguntó Scrooge el espíritu cuya venida se me ha anunciado?

—Lo soy.

La voz era dulcísima, agradable, pero singularmente baja, como si en vez de hallarse allí se encontrara á muy larga distancia.

—¿Quién sois?

—Soy el espíritu de la Noche Buena pasada.

—¿Pasada hace mucho tiempo?

—No: vuestra última Noche Buena.

Acaso Scrooge no habría podido decir por qué, si se le hubiera preguntado; pero experimentaba un especialísimo deseo de ver al espíritu adornado con el apagador y le rogó que se cubriera.

—¿Qué? exclamó el espectro, ¿querríais ya con profanas manos extinguir tan pronto la luz que de mí se irradia? ¿No es suficiente que seais uno de esos hombres cuyas pasiones egoistas me han fabricado este sombrero, y qe me obligan á llevarlo á través de los siglos sobre la cabeza?

 

Scrooge negó respetuosamente que abrigara propósitos de inferirle una ofensa, y protestó que en ninguna época de su vida habia tratado, voluntariamente, de ponerle el apagador. Luego le preguntó por el motivo que le llevaba allí.

—Vuestra felidad, contestó el espectro.

Scrooge manifestó su reconocimiento; pero no pudo menos de pensar que con una noche de descanso no interrumpido, se conseguiria mejor aquel objeto. Sin duda que le oyó pensar el espíritu, porque inmediatamente le dijo:

—Entonces… vuestra conversion… Tened cuidado.

Y mientras hablaba tendió su poderosa mano, y agarrándole suavemente el brazo:

—Levantaos y venid conmigo, añadió.

 

En vano hubiera protestado Scrooge que el tiempo y la hora no tenian de oportunos para un paseo á pié; que estaba muy caliente su lecho y el termómetro bajo cero; que sus vestidos no eran á propósito y que el constipado le mortificaba mucho. No habia modo de resistir el apreton de aquella mano, aunque suave como si fuera de mujer. Se levantó; pero observando que el espíritu iba hácia la ventana, lo agarró por la vestidura en actitud de súplica.  —Yo soy mortal, le dijo Scrooge, y podria muy bien caerme.

—Permitidme tan sólo que os toque ahi con la mano, repuso el espíritu poniéndosela á Scrooge sobre el corazon, y adquirireis fuerzas para resistir muchas pruebas.

Y al pronunciar estas palabras atravesaron por las paredes y salieron á una carretera situada habia desaparecido completamente: no se notaba ni la menor señal de ella.

 

 

La oscuridad y la niebla habian desaparecido tambien, porque era un dia de invierno, claro y espléndido, aunque la tierra estaba cubierta de nieve.

—Dios mio! exclamó Scrooge con las manos unidas, mientras que paseaba sus miradas en torno de sí, aquí fuí educado, aquí pasé mi infancia.

El espíritu le miró con bondad. Su dulce tocamiento, aunque duró poco, habia removido la sensibilidad del viejo. Los perfumes que aromaban el aire le producian el despertamiento de miles de alegrías, de ideas y de esperanzas, largo tiempo olvidadas; ¡muy largo tiempo!

—Vuestros labios tiemblan, insinuó el espíritu. ¿Qué teneis en la cara?

—Nada, contestó Scrooge con voz singularmente conmovida; no es el miedo lo que ahueca las mejillas; no es nada; es un hoyuelo. Llevadme, os lo suplico, adonde quereis.

—¿Recordais el camino?

—¡Que si me acuerdo! exclamó Scrooge enardecido; podria ir con los ojos vendados.

—Es extraño que lo hayais tenido olvidado tanto tiempo.

Y se pusieron en marcha por la carretera.

 

Scrooge reconocía cada puerta, cada árbol, hasta que se divisó en lotanaza una aldehuela con su iglesia, su puente y y su riachuelo de sinuoso curso. Una cuantas jaquillas de tendidas crines, se dirigian hácia ellos, montadas por niños que llamaban á otros niños encaramados en carruajillos rústicos o en erratas. Todos iban alborozados, gritando en variedad de tonos, y no parecia sino que el espacio se llenaba de aquella música tan alegre y que se ponia en vibracion el aire.

—Esas son las sombras de lo pasado, observó el espíritu. No saben que las vemos.

Los alegres viajeron fueron aproximándoe hácia ellos, y á medida que se aproximaban Scrooge iba reconociéndolos y llamando á cada por su nombre. ¿Por qué se ponia de tan buen humor al encontrarlos? ¿Por qué sus ojos, ordinariamente tan mortecinos, despedian aquellas miradas tan expresivas? ¿Por qué le saltaba el corazon dentro del pecho segun iba pasando? ¿Por qué se sintió lleno de júbilo al ver cómo se deseaban unos á otros mil felicidades por la Noche Buena, mientras se separaban tomando diferentes caminos para volverse á sus respectivos hogares? ¿Qué significaba una Noche Buena para Scrooge? ¿Qué ventajas le habia producido?

 

—La escuela no ha quedado desierta, indicó el espíritu; hay en ella un niño solo, abandonado por los demás.

Scrooge dijo que lo reconocía y suspiró.

Dejando el camino real y dirigiéndose á una hondanada perfectamente reconocida por Scrooge, llegaron muy pronto á un edificio fabricado con ladrillos de color rojo oscuro, sobre el cual se alzaba una cupulilla y sobre esta una veleta; en el tejado se veia una campana. El edificio era espacioso, pero denotaba vicisitudes de fortuna porque se hacia poco uso de sus numerosos compartimientos.

Las paredes manifestaban señales de humedad; las ventanas aparecían rotas, las puertas desvencijadas. Algunas gallinas cacareaban en los establos; en las cocheras y en las caballerizas crecia la hierba. En el interior no conservaba ningun resto de su antigua grandeza, porque al entrar por el oscuro vestíbulo, se notaba por las puertas entrabiertas de algunos salones la humildad de sus muebles. Aquellos aposentos desprendian olor como de cerrados; todo indicaba allí que sus habitantes eran extraordinariamente madrugadores para el trabajo, y que no tenian mucho que comer.

 

 

El espíritu y Scrooge atrevasando por el vestíbulo llegaron á una puerta situada en la parte posterior de la casa. Abrióse ante ellos y dejó ver una extensa sala, triste, solitaria, llena de banquetas y de pupitres de humilde puno. Sobre uno de ellos, y próximo á un escaso fuego, leía un niño: nadie le acompañaba. Scrooge, sentándose en un banco lloró, reconociéndose en aquel niño tan olvidado como entonces lo estaba él. Ni los ecos dormidos en las concavidades de la casa, ni los chillidos de las ratas peléandose debajo del entarimado, ni el rumor del caño de la fuente que casi no corria por estar el agua congelada, ni el susurro del viento entre las ramas deshojadas de un álamo, ni el golpe de la puerta de los vacíos almacenes, nada, nada; ni aun el más ligero chisporroteo de la lumbre dejó de influir, suave y dulcemente, en el pecho de Scrooge para desatar la corriente de sus lágrimas.

El espíritu le tocó en el brazo, señalándole aquel niño, aquel otro Scrooge tan entregado á la lectura.

 

De repente un hombre vestido de una manera extraña, visible como os veo, se acercó á la ventana llevando del ronzal un asno cargado de leña. «Ahí llega Alí-Baba, exclamó Scrooge entusiasmado: el excelente y honrado viejo. Sí, sí lo reconozco. Era cabalmente un dia de Noche Buena, cuando ese niño fué dejado solo en la escuela y se presentó Alí-Baba con el mismo traje que ahora. ¡Pobre niño! ¿Y Valentín? dijo Scrooge. ¿Y su bribon de hermano? ¿Como apellidaban á eso que fué depositado en medio de su sueño y casi desnudo, en la puerta de Damasco? ¿No lo veis? ¿Y el palafrenero del sultan tan maltratado por los genios? Helo ahí con la cabeza abajo. Bien, bien; tratadle como se merece: eso me gusta. ¿Qué necesidad tenía de casarse con la princesa?»

¡Qué admiracion para sus compañeros de la City si hubieran podido ver á Scrooge que empleaba todo lo que su naturaleza encerraba de vigor, para extasiarse con tales recuerdos; medio llorando, medio riendo, alzando la voz con una fuerza extraordinaria, animándosele la fisonomía de un modo singular.

 

«Hé ahí el loro, continuó, de cuerpo verde de cola amarilla, de moño semejante á una lechuga, en la cabeza. «¡Pobre Robinson Crusoe!» le gritaba el loro cuando lo vió tornar á su albergue despues de haber dado vuelta á la isla. «¡Pobre Robinson Crusoe!» ¿Dónde has estado Robinson Crusoe? El hombre creia soñar; mas no soñaba, no: era como ya sabeis, el loro. Hé ahí á Viernes corriendo á todo escape para salvarse: anda de prisa; valor; upa.»

Despues pasando de un asunto á otro con una rapidez no acostumbrada en él, y movido de compasion por aquel otro Scrooge que leia los cuentos á a que acababa de aludir, «Pobre niño,» dijo, y se puso á llorar de nuevo.

—Querria… murmuró Scrooge metiéndose las manos en los bolsillos despues de haberse enjugado las lágrimas… pero ya es tarde.

—¿Qué hay? preguntó el espíritu.

—Nada, nada. Me acordaba de un niño que estuvo ayer á la puerta de mi despacho para cantarme un villancico de Noche Buena: hubiera querido darle algo: hé ahí todo.

 

 

El espíritu se sonrió con ademan meditabundo, y haciéndole señal de callarse le dijo: veamos otra Noche Buena.

Proferidas estas palabras, observó Scrooge, que el niño imágen suya se habia desarrollado, y que la sala estaba algo más sucia y estaba más oscura. El ensamblado de madera de las paredes aparecia con inmensas grietas, las ventanas resquebrajadas, el piso lleno de cascotes de la techumbre y las vigas al descubierto. ¿Cómo se habian veridicado estos cambios? Scrooge lo ignoraba como vosotros. Sabía únicamente que aquello era un hecho irrefutable; que se encontraba allí, siempre solo, mientras que sus demás condiscípulos estaban en sus respectivas casas para gozar alegres y contentos de la Noche Buena.

Entonces no leía: se limitaba á pasear á lo largo y á lo ancho, entregado á la mayor desesperacion. Scrooge se volvió al espectro, y moviendo con aire melancólico la cabeza, lanzó una mirada, llena de ansiedad, á la puerta.

 

Esta se abrió dejando penetrar á una niña de menos edad que el estudiante, la cual, dirigiéndose como una flecha hácia él lo apretó entre sus brazos, exclamando:

—«Hermano querido.

—«Vengo para llevarte á casa, continuó, dando palmadas de alegría y encorvada á fuerza de reir; para llevarte á casa, á casa, á casa.

—¿A casa, Paquita?

—Sí, contestó ella, á casa; ni más ni menos; y para siempre, para siempre. Papá es ahora tan bueno, en comparacion de lo que era antes, que aquello se ha trocado en un paraiso. Hace pocas noches me habló con tan grande cariño, que no vacilé en solicitar otra vez que vinieras á casa, y me lo concedió, y me ha enviado con un coche para buscarte. Vá á ser un hombre, continuó la niña abriendo desmesuradamente los ojos: no volverás aquí, y por de pronto vamos á pasar reunidos las fiestas de Noche Buena de la manera más alegre del mundo.

 

—Eres verdaderamente una mujer, Paquita, exclamó el jóven.

Ella volvió á palmotear y á reir. Luego trató de acariciarle, pero como era tan pequeña, tuvo que empinarse sobre las puntas de los piés para darle un abrazo y tornó á reir. Por último, impaciente ya como niña, lo arrastró hácia la puerta y él fué trás ella contentísimo.

Una vez poderosa se dejó oir en el vestíbulo.

«Bajad el equipaje de Mr. Scrooge: pronto.» Y apareció el maestro en persona, quien dirigiendo al jóven una mirada entre adusta y benévola, le estrechó la mano en significacion de despedida. Seguidamente le condujo á una sala baja, lo más helada que se podia dar, verdadera cueva donde existian muchos mapas suspendidos de las paredes, globos terrestres y celestes en los alféizares de las ventanas, objetos todos que parecian tambien helados por el frio de la habitacion, y allí obsequió á los jóvenes con una botellita de vino excesivamente ligero y un trozo de pastel excesivamente pesado: al mismo tiempo hizo que un sirviente de sórdido aspecto invitase al cochero, más éste, agradeciendo mucho la oferta, repuso, que si se trataba del mismo vino que le habian dado á probar antes no lo deseaba. Dispuesto el equipaje, los jóvenes se despidieron cariñosamente del maestro, y subiendo al coche atravesaron llenos de alegría el jardin y salieron á la carretera, llena entonces de nieve que iba arremolinándose al paso de las ruedas como si fuera espuma. 

 

—Siempre fué esa niña una criatura delicada á quien el más pequeño soplo hubiera podido marchitar, dijo es espectro… pero abrigaba un gran corazón.

—Es cierto, contestó Scrooge. No seré yo quien me oponga á ello, espíritu; líbreme Dios.

—Ha muerto casada y me parece que ha dejado dos hijos.

—Uno solo, repuso Scrooge.

—Es verdad, corroboró el espectro; vuestro sobrino. Scrooge asintió y dijo brevemente: Sí.

Aunque no habian hecho más que abandonar el colegio, se encontraban ya en las calles de una gran ciudad, por donde pasaban y repasaban muchas sombras humanas ó sombras de carruajes en gran número; en una palabra, en medio del ruido y del movimiento de una verdadera ciudad. Por los escaparates de las tiendas se echaba de ver que tambien allí tenía efecto la celebracion de la Noche Buena.

El espectro se detuvo ante la puerta de un almacen y le preguntó á Scrooge si lo reconocia.

—¡Si lo reconozco! Aquí fué donde hice mi aprendizaje.

 

 

Entraron. Habia allí un anciano cubierto con una peluca, y sentado en una banqueta tan elevada, que si aquel señor hubiera tenido dos pulgadas más de estatura, habria tropezado en el techo. En cuanto lo vió Scrooge no pudo menos de exclamar lleno de agitacion:

—¡Pero si es el viejo Feziwig! Dios lo bendiga. Es Feziwig resucitado.

El viejo Feziwig abandonó la pluma y miró el reloj: señalaba las siete de la noche. Se restregó las manos, se arregló el inmenso chaleco, y riéndose bonsachonamente desde la punta de los piés hasta la punta de los cabellos, llamó con poderoso, sonoro, rico y jovial acento:

—Hola; Scrooge; Dick.

El otro Scrooge cenvertido ahora en un adolescente, acudió presuroso acompañado de su camarada de aprendizaje.

—Es Dick Vilkins á no dudarlo, dijo Scrooge al espíritu… Es él. Hélo ahí. Me queria mucho ese pobre Dick.

—Ea, ea, hijos mios, grito Feziwig: esta noche no se trabaja. Es la Noche Buena Dick; es la Noche Buena, Scrooge. Prontito, colocad los tableros en las ventanas, continuó Feziwig haciendo chasquear sus manos alegremente. Pero pronto. ¿Aún no habeis concluido?

 

Es imposible figurarse como ejecutaron la órden las jóvenes. Corrieron á poner los tableros, uno dos y tres… los colocaron en sus respectivos sitios, cuatro, cinco, seis… despues las barras, despues las chavetas, siete, ocho nueve… y volvieron antes de que se hubiera podido contar hasta doce, jadeantes como caballos de carrera.

—Oh, oh, gritó el anciano Feziwig descendiendo de su pupitre con maravillosa agilidad: quitemos estorbos de delante, hijos mios, y hagamos lugar. Hola, Dick: vamos de prisa, Scrooge.

¡Quitar estorbos! Tenian animos para desamueblar aquello. Todo quedó hecho en brevísimo rato: todo lo que era susceptible de ser transportado, desapareció de aquel lugar como si nunca debiera reaparecer. El pavimento fué barrido y perfectamente regado; las lámparas dispuestas, la chimenea bien prevenida de combustible, y en un momento convirtieron el almacen en un salon de baile, tan cómodo, tan templado, tan seco y con tanta luz como podía desearse para una noche de invierno.

 

 

Luego vino un músico con sus papeles, y colocándose en el elevado pupitre de Feziwig produjo acordes enteramente ratoneros. Despues entró la señora de Feziwig, señora de plácida sonrisa; despues las tres hijas del matrimonio, hermosas y excitantes; despues los seis galanes que las requerian de amores; despues las jóvenes y los jóvenes empleados en el comercio de la casa; despues la criada con un primo suyo panadero; despues la cocinera con el vendedor de leche, amigo íntimo de su hermano; despues el aprendiz de enfrente, de quien se sospechaba que no recibía mucha comida de su amo: se ocultaba detrás de la criada del número 15, á quien su ama, esto se sabía positivamente, tiraba de las orejas. Todos entraron; unos tímidamente, otros con atrevimiento; estos con gracia, aquellos con torpeza, pero entraron todos de una manera ú otra; esto importa poco.

Todos se lanzaron veinte parejas á la vez formando un círculo. La mitad se adelanta; á poco retroceden. Esta vez les toca á los unos balancearse cadenciosamante; la otra á los demás para acelerar el movimiento. Luego principian á girar agrupándose, estrechándose, persiguiéndose los unos á los otros: la pareja de los ancianos dueños, no está nunca parada; las demás jóvenes la persiguen, y cuando la han estrechada se separan todos rompiendo la cadena.

Despues de este magnífico resultado, Feziwig, dando unas palmadas ordena la suspension del baile. Entonces el músico se refresca del calor que le abrasa con un vaso de cerveza fuerte, dispuesto especialmente con este objeto. Pero desdeñándose de descansar, vuelve á la carga con mayor estusiasmo, vuelve á la carga con mayor entusiasmo, aunque no salian ya bailarines como si el primer músico hubiera sido transportado, sin fuerzas, á su domicilio en un tablero de ventana, y el músico encargado de reemplazarle estuviera decidido á vencer ó morir.

 

Despues aun hubo un poco de baile. Despues más baile, pasteles, limonada con vino, un enorme trozo de asado frio, pasteles de picadillo y cerveza abundosamente. Pero lo bueno del sarao fué cuando el músico (ladino como él solo, tenedlo en cuenta,) que sabia muy bien cómo manejarse, condicion por la que ni vosotros ni yo hubiéramos podido criticarle, se puso á declamar: Sir Roberto de Cowerley.

A seguida de esto salió el viejo Feziwig con la señora Feziwig y se colocaron á la cabeza de los bailarines. Esto si que fué trabajo para los ancianos. Debían dirigir veintitres ó veinticuatro parejas, que no admitian chanzas porque eran jóvenes, ansiosos de bailar, y enemigos de ir despacio.

Mas aun cuando hubieran sido en mayor número, el viejo Feziwig era capaz de dirigirlos, así como su esposa. Era su dignísima compañera en toda la extension de la palabra. Si esto no es un elogio, que se me indique otro y lo aprovecharé. Las pantorrillas de Feziwig eran como dos astros; eran como medias lunas que se multiplicaban para todas las operaciones del baile. Aparecian, desaparecian, reaparecian de cada vez mejor. Cuando el anciano Feziwig y su señora hubieron ejecutado el rigodon completo, él hacía cabriolas con una ligereza pasmosa, y al terminarlas se quedaba tieso como una I sobre los piés.

 Cuando el reloj marcaba las once tuvo fin aquel baile doméstico. El señor y la señora de Feziwig se colocaron á cada lado de la puerta, y fueron estrechando cariñosamente y uno á uno las manos de todos los concurrentes; él las de los hombres y ella las de las mujeres, deseándoles mil felicidades. Cuando no quedaban más que los aprendices, se despidieron de ellos de la misma manera: todo quedó en silencio y los dos jóvenes se acostaron en la trastienda.

Durante estas operaciones Scrooge se hallaba como un hombre desatinado. Habia tomado parte en aquella escena con su corazon y con su alma. Lo reconocía todo, lo recordaba todo, gozaba de todo y experimentaba una agitacion singular. Tan sólo cuando la animada fisonomía de su imágen y la de Dick hubieron desaparecido, fué cuando se acordó del fantasma.

 

Entonces advirtió que le miraba atentísimamente, y que la luz que sobre la cabeza tenia brillaba con todo su esplendor.

—No se necesita gran cosa, dijo el fantasma, para infundir en esos tontos un poco de agradecimiento.

—No se necesita gran cosa, repitió Scrooge.

El espíritu le indicó que escuchase la conversacion de los jóvenes aprendices, los cuales, desbordándose en reconocimiento por Feziwig, lo elogiaban de mil maneras.

—Ya veis, añadió el espíritu; el gasto no ha subido mucho; algunas libras esterlinas de vuestro mundanal dinero; tres ó cuatro acaso. ¿Merece Feziwig que se le dispensen tantos elogios?

 

—No es eso, replicó Scrooge al oir esta observación, y hablando como si fuera aquella imágen suya y no como el Scrooge actual; no es eso, espíritu. Está en manos de Feziwig hacernos dichosos ó desgraciados; que nuestra dependencia sea ligera ó incómoda; un placer ó una pena. Que todo ese poder se reduzca á frases ó á miradas; á cosas tan insignificantes, tan fugaces que es imposible acumularlas y sumarlas en una cuenta, ¿qué importa? La dicha que nos proporcionan es tan grande, como si tratase de una gran fortuna.

Scrooge sorprendió en el aparecido una mirada penetrante, y se detuvo.

—¿Qué os ocurre? preguntó el espíritu.

—Nada de particular.

—Sin embargo, teneis aspecto como de hombre á quien le ocurre alguna cosa.

—No, dijo Scrooge, no. Lo que deseo únicamente es poder decir cuatro palabras á mi compañero. Hé ahí todo.

 

Al manifestar Scrooge este deseo, su imágen apagó los quinqués. Scrooge y el fantasma se encontraron solos al aire libre.

—Mi tiempo pasa, observó el espíritu…. pronto.

Estas palabras no iban dirigidas á Scrooge ó á alguien que él pudiera ver, pero produjeron un efecto inmediato, pues Scrooge volvió á contemplarse, aunque de más edad, en la flor de la vida. Su rostro no tenia los rasgos duros y severos de la madurez, pero sí notaba en él ya las señales de la inquietud y de la avaricia, y en sus ojos una inmovilidad ardiente, codiciosa, que revelaba en él la pasion dominante; se conocia ya hácia qué lado iba á proyectarse la sombre del árbol que empezaba á crecer.

No apareció solo. A su lado habia una hermosa jóven, vestida de luto, cuyos ojos, llenos de lágrimas, brillaban á la luz del espíritu.

 

—Poco importa, dijo ella suavemente; á lo menos por lo que á vos toca: otro ídolo se ha apoderado del lugar que ocupaba yo. Si es que este puede alegraros y consolaros, como lo hubiera yo hecho tambien, no tendré motivos para afligirme.

—¿Y qué ídolo es eso?

—El becerro de oro.

—Hé ahí la imparcialidad del mundo. Critican severamente la pobreza, y á la vez no hay cosa que condenen con más rigor que el ánsia de riquezas.

—Temeis demasiado la opinion de las gentes, replicó la jóven con dulzura. Habeis sacrificado todas vuestras esperanzas á la de huir del desprecio sórdido del mundo. He visto desaparecer, una á una, vuestras más nobles aspiraciones delante de la que á todas las ha absorbido: una; la dominante pasion del luero. ¿Estoy en lo cierto?

—Bien, ¿Y qué? Aunque al envejecer me haya hecho más sabio, ¿he cambiado por eso con respecto á vuestra persona?

La jóven movió la cabeza.

—¿He cambiado? insistió Scrooge.

 

—Nuestro compromiso es muy antiguo. Lo contrajimos cuando éramos unos pobres y estábamos contentos con nuestra situacion. Nos propusimos aguardar á labrarnos una fortuna con una industria y nuestra perseverancia. Vos habeis enmbiado: cuando contrajisteis el compromiso érais otro hombre.

—Era un niño, replicó él con impaciencia.

—Vuestra conciencia os está diciendo que hoy no sois lo que érais entonces. En cuanto á mi la misma soy. Lo que podia haber sido para nosotros una felicidad cuando conteníamos de disgustos hoy que tenemos dos. Es imposible figurarse cuántas veces y con cuánta amargura he pensado y que pueda relevaros de vuestro compromiso y devolveros la palabra.

—¿Lo he querido así?

—De boca no: jamas.

—Entonces ¿cómo?

 —Cambiando totalmente. Vuestro carácter no es el mismo, así como tampoco la atmósfera en que vivís, ni la esperanza que os animaba. Si no hubiera existido el compromiso que á entrambos nos unia, dijo la jóven con dulzura pero con firmeza, decid: ¿solicitarías mi mano hoy? ¡Oh! no.

Scrooge estuvo á punto de conceder esta suposicion, casi contra su voluntad, pero se resistió aún.

—Eso no lo creeis.

—Me consideraria muy dichosa en poder opinar de otro modo. Para que me haya resuelto á admitir una verdad tan triste, ha sido preciso que yo advirtiese en ella una fuerza invencible. Pero si os viérais hoy ó mañana en libertad. ¿podría yo creer, como en otro tiempo, que escogeríais para esposa una jóven sin dote, vos, que en vuestras íntimas confianzas, cuando me descubríais vuestro corazon francamente, no cesábais de calcularlo todo en la balanza del interés y de apreciarlo todo por la utilidad que de ello podríais reportar, ó tendríamos que, faltando á vuestros principios á causa de ella, á los principios que constituyen vuestra conducta, os fijaríais en esa jóven para hacerla vuestra mujer, sin que esto es produjera muy pronto, segun es mi opinion, amargo sentimiento? Estoy muy convencido de ello, y por eso os devuelvo vuestra libertad, precisamente á causa del amor que os profesaba en otro tiempo, cuando érais otro de los que hoy sois.

 

El queria hablar, mas ella, apartando la vista, continuó:

—Tal vez….. pero no; mas bien. Sin duda alguna padecereis al abandonarla y la memoria de lo pasado me autoriza á creerlo así. Mas al poco tiempo, muy poco tiempo, arrojareis de vos con prisa un tan importuno recuerdo, como si se tratara de un sueño inútil y enfadoso, felicitándoos por veros libre de él.

Dichas estas palabras se retiró, separándose ambos.

—Espíritu, no me enseñeis más, dijo Scrooge. Restituidme á mi morada. ¿Por qué os complaceis en atormentarme?

—Otra sombra, gritó el fantasma.

—No, no más, dijo Scrooge. No, no quiero ver más. No me enseñeis nada.

Pero el implacable fantasma, estrechándole entre sus brazos, le hizo ver la seguida de los acontecimientos.

 

Y se transportaron á otro sitio donde vieron un cuadro de diferente género. Era una estancia no muy grande ni bella, pero vistosa y cómoda. Próxima á un hermoso fuego habia una linda jóven, tan semejante á la de la escena anterior, que Scrooge la confundía con ella, hasta que vió á ésta convertida en madre de familia, sentada al lado de su hija. El alboroto que se levantaba en aquel salon ensordecedor, porque jugaban en él tantos niños, que Scrooge, dominado por una poderosa agitacion, no podria contarlos: cada uno de ellos daba más que hacer que cuarenta. La consecuencia de todo aquello era un estruendo imposible de describir, pero nadie se inquietaba por eso; más aún, la madre y la hija se reian y se divertian extraordinariamente.

Habiendo cometido la madre el desacierto de participar en el juego infantil, aquellos bribonzuelos la entregaron á saco y la trataron sin piedad. ¡Cuánto hubiera dado yo por ser uno de ellos! Aunque seguramente yo no me hubiera conducido con tanta rudeza. ¡Oh, no! No hubiera intentado, por todo el oro de la tierra, enredar ni tirar de un modo tan inícuo aquella cabellera tan perfectamente arreglada, y en cuanto al precioso zapatito que contenia su pié tampoco se lo hubiese sacado á la fuerza, ¡Dios me libre! aunque se tratara de la salvacion de mi vida.

En cuanto á medirle la cintura del modo que lo hacian aquellos atrevidos, sin escrúpulos de ninguna clase, tampoco lo hubiera hecho, temeroso de que como castigo á semejante profanacion, quedara mi brazo condenado á redondearse siempre, sin poder enderezarlo nunca. Y sin embargo, lo confieso; hubiera deseado tocar sus labios, dirigirle preguntas para obligarla á que los abriese respondiéndome; fijar mis miradas en las pestañas de sus inclinados ojos sin sonrojarla; desatar su ondulante crencha, uno de cuyos rizos hubiera sido para mí el más apreciado recuerdo; en una palabra, hubiera deseado, dígolo francamente, que me permitiera disfrutar con ella los privilegios de niño; pero siendo hombre para reconocerlos y saberlos apreciar.

 

 

A la sazon llamaron, y sobre la marcha el grupo aquel tan alborotador, empujó á la pobre madre, sin dejarla que se arreglase los vestidos, sin permitirla que se defendiese, pero sin que se perdiera su sonrisa de satisfaccion; la empujó hácia la puerta en medio de un tumulto y de un entusiasmo indescriptible, al encuentro del padre, que regresaba en compañía de un recadero cargado de juguetes y de regalos de Navidad. Cualquiera puede figurarse los gritos, las batallas, los asaltos de que fué víctima el indefenso acompañante.

Uno lo escala, subiéndose sobre las sillas, para registrarle los bolsillos, sacarle los paquetes, tirarle de la corbata, suspenderse de su cuello, adjudicarle como demostracion de cariño innumerables puñetazos en las espaldas é infinitos puntapiés en las pantorrillas. Y después ¡con qué exclamaciones de alegría se saludaba la apertura de cada paquete! ¡Qué desastroso efecto produce la fatal noticia de que el rorro ha sido cogido infraganti, metiéndose en la boca una sarten de azúcar perteneciente al ajuar! Tambien se sospecha, con bastante seguridad, que se ha tragado un pavo de azúcar que estaba adherido á un plato de madera. ¡Qué satisfaccion cuando se averigua que aquella imputacion es falsa! La alegría, el reconocimiento, el entusiasmo son indefinibles. A lo último, habiendo llegado la hora, se van retirando poco á poco los niños; suben los peldaños ligeramente, se meten en su cuarto y la calma renace.

 

Entonces Scrooge, prestando mayor atencion, vió que el padre, á cuyo brazo iba tiernamente asida la hija, se sentaba entre ésta y la madre, junto á la chimenea, y no pudo menos de ocurrírselo que á él tambien hubiera podido darle el nombre de padre una criatura semejante á aquella, tan graciosa y tan linda, y convertirle en una lozana primavera el triste invierno de su vida: sus ojos se llenaron de lágrimas.

—Bella, dijo el marido volviéndose con una duce sonrisa hácia su mujer, esta noche he visto á uno de vuestros antiguos amigos.

—¿Quién?

—¿No lo adivinais?

—¿Cómo?… Pero ya caigo, continuó riéndose como él; Mr. Scrooge.

—El mismo. Pasaba por delante de la ventana de su despecho, y como tenia sin echar los tableros, no he podido menos de verle. Su socio ha espirado, y él está allí, como siempre; solo; solo en el mundo.

—Espíritu, dijo Scrooge con voz entrecortada; sácame de aquí.

—Os he advertido que os manifestaria las sombras de los que han sido: no me echeis la culpa si son como se presentan y no otra cosa.

—Sacadme: no puedo resistir más este espectáculo.

 

Y se volvió á mirar al espíritu; mas viendo que éste le contemplaba con un rostro que por extraña singularidad reunia todos los aspectos de las personas que le había enseñado, se arrojó sobre él.

—Dejadme, gritó; cesad de perseguirme.

En la lucha, si lucha se podía llamar aquello, dado que el espectro, sin necesidad de oponer ninguna resistencia aparente, era invulnerable, Scrooge observó que el resplandor de la cabeza brillaba de cada vez más rutilante. Relacionado con este hecho el poderosoinglujo que sobre él hacia oesar el espíritu, cogió el apagador, y en un movimiento repentino se lo encasquetó el fantasma en la cabeza.

 

El espíritu se aplanó tanto bajo aquel sombrero fantástico, que desapareció casi por completo; pero por más que hacia Scrooge no alcanzaba á tapar del todo la luz bajo del apagador: en el suelo y por alrededor del fantasma aparecio un círculo de rayos luminosos.

Scrooge se sintió fatigado y con irresistibles ganas de dormir. Se vió en su alcoba, y haciendo un esfuerzo supremo para encasquetar más el apagador, abrió la mano y apenas tuvo tiempo para arrojarse sobre el lecho antes de caer en profundo sueño.

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Charles Dickens – Canción de Navidad

A Christmas Carol (1843)

Cuentos de navidad para niños Parte 1 ( parte 2 > aqui )

Texto traducido al español

Literatura británica

 

índice

Primera estrofa: El espectro de Marley.

Segunda estrofa: El primero de los tres espíritus

Tercera estrofa: El segundo de los tres espíritus > aquí

Cuarta estrofa: El último de los espíritus > aquí

Quinta estrofa: Conclusion > aquí

 

Charles Dickens A Christmas Carol Texto original en ingles > aqui

 

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